Venecia, la pasada noche de Navidad
Los fenómenos del agua tienen un epicentro importante en la decadente Venecia, la ciudad construida sobre una nada sustancial. La ciudad convive desde hace siglos con esa situación de estar asentada sobre el elemento líquido; mucho tiempo sin combate, en extraño y sosegante apaciguamiento. Pero el equilibrio lentamente se trueca en desnivelamiento, en pérdida de pie de lo pétreo. El nivel del agua asciende progresivamente, según el ritmo lento pero seguro de lo natural. De repente, una erupción. Una noche fría, los efluvios ctónicos emergen de sus diques, inundando las precarias plataformas apolíneas, invadiendo el núcleo vital de la ciudad, acunándola, meciéndola como en un sueño. La inundación todavía no es letal, pero es un nuevo paso en la erradicación del suelo firme. Como una amenaza de lo que vendrá. El poder ctónico, desplazado durante siglos, vuelve para adueñarse del centro del escenario, insinuando la muerte horizontal que acabará disolviendo ese sueño llamado Venecia, esa idea llamada civilización. El largo apaciguamiento ha dado paso a un combate cuyo vencedor está decidido. Venecia todavía resiste, sumergida en "el seno de un agua triste y sombría que transmite extraños y fúnebres murmullos" (Gaston Bachelard, El agua y los sueños). La ensoñación melancólica de la muerte.
Agua, sueño, purificación, muerte. Pocos han hundido tanto su espíritu en estas profundidades como Bachelard. Las aguas "llegan a ser en las imágenes lo que llegan a ser en nuestra ensoñación, en nuestras interminables ilusiones. Contemplar el agua es derramarse, disolverse, morir".
Agua, sueño, purificación, muerte. Pocos han hundido tanto su espíritu en estas profundidades como Bachelard. Las aguas "llegan a ser en las imágenes lo que llegan a ser en nuestra ensoñación, en nuestras interminables ilusiones. Contemplar el agua es derramarse, disolverse, morir".
(entrada publicada en el NICKJOURNAL)