martes, 23 de octubre de 2007

LA ESTRATEGIA NACIONALISTA


La cosa viene de lejos, pero podríamos resumir el proyecto político de los nacionalistas vascos y catalanes durante estas últimas décadas como el intento de convertir una sociedad plural y heterogénea, como es la española de los últimos treinta años, en comunidades vertebradas a partir de fidelidades absolutas y unánimes, y definidas por exclusiones esencialistas (como dijo el senador del PNV, Xavier Makeda, “el que no se sienta nacionalista no tiene derecho a vivir”). En suma, se trataría de recuperar claves atávicas de raigambre etnicista en pleno siglo XXI.

Esta estrategia nacionalista, de la que todavía soportamos sus efectos (el Plan Ibarreche, por ejemplo), se pone en marcha tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. En 1998, con el Pacto de Estella, el PNV arrebata a ETA el liderazgo del frente nacionalista y es el que va marcando los plazos y las estrategias. Basa su fuerza el partido aranista en los poderes que el mismo Estado ha puesto a su disposición, y que utiliza para enfrentarse al mismo.

El Pacto de Estella (12/09/1998) lo firman cuatro partidos políticos (PNV, HB, EA y EB), siete sindicatos (ELA, LAB, etc.) y nueve organizaciones de distinto tipo (Gestoras pro-Amnistía, Elkarri, etc.). Se crea con ello un frente nacionalista con la clara intención de polarizar la sociedad vasca, en el contexto de un directo enfrentamiento con el Estado. Si, por una parte, el pacto de Ajuria Enea (Acuerdo para la Normalización y la Pacificación de Euskadi) de 1988 pretendía aislar a los etarras oponiéndoles un bloque democrático, en Estella el problema terrorista se define como un conflicto político que no se dirime entre vascos, sino “entre Euskadi y España”, y en el que la legalidad constitucional ya no sirve para solucionarlo. Ya no se trata de aislar a ETA, sino de negociar con ella. La negociación tiene un único sentido: el independentista; y una única solución: asumir las exigencias de ETA para que supuestamente deje de atentar. Para ello ETA sólo se ofrece una contrapartida: la tregua, que no es definitiva, sino una “tregua trampa” (como la bautizó Mayor Oreja), que permite fortalecer el entramado etarra y apaciguar el llamado ‘espíritu de Ermua’, que los nacionalistas (sobre todo el PNV) percibían como una amenaza para el mantenimiento de su hegemonía en el País Vasco.

La base de ese pacto nacionalista, su espíritu intelectual, residía en un documento preparado por el dirigente del PNV Juan María Ollora (la llamada ‘Vía Ollora’): la premisa consiste en forzar la independencia desde el propio gobierno vasco con medidas políticas o simbólicas que incentiven la construcción nacional. Se trata de imponer “actos de soberanía” que produzcan realidad, es decir, que generen sentido en la sociedad; de articular sistemas simbólicos de modo que su sentido penetre en la esfera de lo real; de imponer ficciones para imponer luego su realización. Un ejemplo podemos verlo en la creación en ese momento de la Udalbiltza (Asamblea de ayuntamientos y municipios vascos), que tenía como fin una cierta unificación de los territorios considerados como parte de la mítica Euskal Herria.

Todo esto está claro y demostrado con hechos y palabras. A partir de aquí trazo una hipótesis: la de la unión del nacionalismo vasco y catalán en una única estrategia para asaltar el Estado desde dentro (sirviéndose de las propias instituciones) y desde fuera (sobre todo con ETA). La idea es que tras el llamado Pacto de Barcelona (firmado por PNV, CiU y BNG), ambos nacionalismos (al que se suma el gallego, aunque con un menor peso) parecen seguir cierta línea de confrontación en base a unos objetivos comunes. Se abre, como sostienen, una “segunda Transición”, en la que despliegan cierta unidad de acción y una estructurada dosificación de los momentos en los que se despliegan sus diferentes ataques contra el Estado.

Este proceder permite avanzar en la dirección soberanista, pero no alcanzar los fines deseados. Por ello, la estrategia se modifica en un punto decisivo: la inclusión del PSOE en la misma, aunque sea indirectamente. Todo esto empieza a concretarse de forma explícita en el Pacto del Tinell (2003), gracias al cual desde el nacionalismo se ha conseguido ir apartando al PSOE del PP (que pasa a ser, en este pacto, un auténtico chivo expiatorio) y, en consecuencia, de unos pactos constitucionales que parecían consolidados (1). De esta manera el PSOE cada día parece más nacionalista, y eso, teniendo en cuenta que es el partido que gobierna hoy en España, no deja de tener connotaciones muy preocupantes. En su voluntad de alcanzar y acaparar poder, el PSOE ha ido perdiendo su identidad como partido nacional y socialista, y todo ello para ir aceptando progresivamente los argumentos de los partidos nacionalistas, entregados desde 1998 a una estrategia de declarada confrontación contra el Estado. Dicha estrategia ha conseguido subvertir la dinámica negativa que para ellos suponía la creciente debilidad de ETA, y les ha permitido acercarse cada vez más a sus codiciados objetivos soberanistas.

(1) Durante las negociaciones para formar gobierno en el Parlamento de Cataluña, se especuló mucho sobre un pacto entre nacionalistas, ERC-CiU. Sin embargo, un acuerdo de esta naturaleza no servía a los intereses de la estrategia nacionalista aquí analizada. Imagino que ERC valoró la situación de esta manera: pactar con CiU no modificaba la situación en Cataluña, ya que se formaría una dinámica de bloques, el nacionalista y el constitucionalista, y eso no permitía cambiar al marco constitucional. Sin embargo, un pacto con el PSC-PSOE permitía acercar a los socialistas al nacionalismo, rompiendo los pactos firmados con el PP, como el llamado Pacto Antiterrorista. También sería positiva la desviación de CiU hacia la oposición, porque suponía que el nacionalismo inundaría toda la política catalana (la oposición a un gobierno nacionalista también sería nacionalista), y en extensión, la española.

(texto publicado en el Nickjournal)

4 comentarios:

koolauleproso dijo...

Ay, amigo Horrach: No puedo estar en mayo desacuerdo con tu, por otro lado, brillante y documentada reflexión. Los que detestamos los nacionalismos (en mi caso, todos, sin salvar ni uno), no podemos dejarnos llevar por nuestra justa "ira". Es más inteligente ser menos "maximalista" y dejando al lado fanatismos, intentar desarmar sus siempre estúpidos planteamientos, con los de los de la razón (entendida como duda constante, y permanente indagación).
No se debe oponer una bandera a otra (para mi todas son igual de estúpidas, llamense senyeras, ikurriñas, tricolores republicanas, o bicolores borbónicas).
A veces, una postura aparentemente tibia, puede ser una eficaz vacuna contra este horrible germen del ultranacionalismo (e,incluso en casos como en los de Lluch o Juan Maía Jáuregui puede llegar a costar la vida)
Que Imaz se haya convertido en el personaje más odiado por ETA es también algo significativo, aunque al final su trayectoria se haya saldado con una derrota en toda regla,creo que ese era el camino

Anónimo dijo...

Horrach,
Excelente entrada:
Lo del árbol y las nueces, la historia de siempre.
Dice usted que el Psoe ha dejado de ser "nacional y socialista", en cambio, el PSC es nacional-socialista.
ERC no pactó con CIU, el pacto natural, simplemente para no ser fagocitada por el hermano mayor.
Nos hallamos frente a una estartegia de largo recorrido, y todo ellos ante la impávida mirada del Borbón, quien todavía les ríe las gracias cada vez que le bailan un aurresku. Pronto lo veremos sacudiendo el árbol, pues.
Saludos.

Johannes A. von Horrach dijo...

Hola Koolau. Pues la verdad, no vea que haya sido tan agresivo con el nacionalismo. En otras ocasiones lo he sido bastante más.

Dudo también que Imaz sea el hombre más odiado por ETA, que sobre este hombre se dicen muchas inexactitudes (esa mandanga de Felipe González de que "Imaz es un regalo para la democracia" me parece la más grotesca). También se decía en su momento que Atucha era la bestia negra de ETA y ahí está, entero y bastante tranquilo, y no pueden decir lo mismo otras personas.

Reinhard, el papel de ETA me interesa, aunque en la situación de sujeto pasivo, que es la que le implica en el tipo de estrategia a la que me refiero. Es decir, que hay que ver lo que ha favorecido a los partidos nacionalistas la existencia de ETA. Yo creo que mucho, y basta mirar para comprobarlo al País Vasco, donde los partidos constitucionalistas, el PSE y el PP (bueno, el PSE ya dejód e serlo hace unos años), ven muy limitada su labor y sus posibilidades por estar sometidos a la amenaza etarra. Amenaza que desde el PNV y EA se ha visto siempre de forma complaciente. Gracias a ETA casi 200 mil personas se han largado de Euskadi, y no había muchos nacionalistas entre ellos precisamente. A eso se le llama adulteración sociopolítica. Asesinar a los líderes de PP y PSE (antes) también altera claramente las posibilidadeas de uno y de otro partido. A todo esto los partidos nacionalistas (ni IU) han estado expuestos, por lo que electoralmente (y personalmente) han salido beneficiados.

saludos a ambos

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Toda la estrategia del PSOE se resume en retrotraerse ideológicamente a la transición, como si nada hubiera sucedido desde entonces: ni la democracia, vista como una gran trágala de las elites dirigentes, ni la extorsión llevada a cabo contra la misma por sus enemigos naturales, que son también retrotraídos a la condición de víctimas históricas; ni, por tanto, la derecha parlamentaria, que deviene "eo ipso" facciosa y desestabilizadora. Es ésta la forma que han ideado para recuperar la hegemonía y promover un relevo generacional en su partido y, por extensión, en toda la sociedad, LOGSE mediante. Buena parte de sus empeños pasan por galvanizar oscuros resentimientos y viejas mezquindades incrustadas, arquetípicas, a fin de contribuir a la maniqueización de la política española. Así, mientras los nacionalistas hacen acopio de símbolos e identidades forjadas en la exclusión y el miedo, Zapatero agita vanas esperanzas de redención poética al tiempo que divide y deconstruye España en lo cultural, en lo económico, en lo jurídico.

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