miércoles, 28 de noviembre de 2007

INGMAR BERGMAN (Kiliedro)


Este pasado verano nos ha deparado no pocas malas noticias. Como todos los veranos, como todas las épocas del año y todos los años, sin excepciones. La mala noticia que me importa señalar en este caso es la del fallecimiento, a finales del mes de julio, del cineasta sueco Ingmar Bergman, tan conocido como ignorado suele ser su cine. Ochenta y nueve años y dieciséis días ha durado la partida de ajedrez entre la Muerte (con negras) y Bergman (con blancas, como el caballero Blok, como todos), y eso que éste ya estuvo a punto de sucumbir en el primer movimiento, el 14 de julio de 1918, pues el médico lo daba por muerto nada más nacer. Varios días duró su lucha por escapar del primer hachazo de la existencia: “era como si no acabara de decidirme a vivir”, escribe Bergman en sus memorias, Linterna mágica. Parece como si toda su vida hubiera llevado encima las huellas de esa refriega post-uterina. De hecho siempre fue una persona con muchos problemas físicos, aunque no sólo, ya que los de origen psicológico no le fueron precisamente a la zaga. Pero todo lo acabó superando, cada contratiempo, cada desastre, cada movimiento amenazador de la Muerte (como cuando fue ingresado en un hospital por una crisis tras ser falsamente acusado, en los años 70, por el fisco sueco), retratada en El séptimo sello como una figura de negro con un humor muy socarrón. La Muerte habrá encontrado pocos adversarios tan escurridizos, tan adiestrados en su fatal lógica. Pero las negras siempre ganan.

Curiosamente el mismo día de su muerte falleció también otro director que fue igualmente considerado como un paradigma de la dirección cinematográfica, Michelangelo Antonioni. Bergman y Antonioni (a pesar de las grandes diferencias entre el cine de uno y otro) han ido durante muchos años de la mano en el discurso de los críticos de cine...

(artículo completo publicado en KILIEDRO)

sábado, 24 de noviembre de 2007

VIDEOS DE RENÉ GIRARD


Compruebo que van aumentando los videos que hay en el YouTube sobre René Girard. Hasta hace poco sólo podía encontrarse este largo debate entre el propio Girard y Gianni Vattimo sobre el tema del relativismo:

René Girard e Gianni Vattimo

Pero ahora se ha incluido esta entrevista en tres partes que le hicieron a Girard en la televisión francesa:

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

También he encontrado esta conferencia de Girard en Oxford (1997), recogida por el COV&R (Colloquium on Violence & Religion):

Girard en Oxford


martes, 20 de noviembre de 2007

LA MUJER CTÓNICA (5)


UNA HISTORIA CTÓNICA

Hoy martes regresa la saga ctónica tras un prolongado receso. Empecemos con cine. Hace unos años, el cineasta Neil LaBute estrenó su película Shape of things, traducida aquí como Por amor al arte. En ella mostraba un caso fascinante y brutal: un chico ingenuo y remilgado se enamora de una ctónica (interpretada por la bellísima Rachel Weisz, arriba en la foto) que le cambia la vida por completo. Por influencia de la chica, con mucha más iniciativa que él, el protagonista cambia de forma de ser, de intereses, de amigos, e incluso de aspecto físico, llegando a operarse la nariz por consejo de la bella ctónica. Al final resulta que toda la relación no era más que el proyecto de fin de curso del personaje de Weisz, estudiante de arte, que pretendía demostrar lo que éste puede llegar a influir en la vida de las personas. Todo el retorcido proceso pigmaliónico le es revelado traumáticamente al enamorado (y al espectador) al final de la película, cuando ella defiende en público su trabajo, que no era otra cosa que su mismo novio.
Dejando de lado no pocas diferencias, una historia parecida, en este caso real, me contó Ella cuando todavía nos tratábamos. Resulta que Ella, cuando tenía unos 20 añitos, conoció una noche a un grupo de amigotes en un bar de su ciudad y empezó a salir con uno de ellos. En realidad no tenían apenas afinidades, pero a ella le debió gustar la actitud animalesca del sujeto, parece que bastante macarra. Pero con quien de verdad se compenetraba era con Él, uno de los amigos del novio, con el que éste apenas guardaba parentesco alguno. Él era muy serio, aplicado, culto, vestía “como los de las Juventudes del PP” (Ella dixit) y, a sus 25/26 años, todavía no había besado a una mujer. Era muy apocado y tímido, al contrario que Ella, que “era muy echada p’alante”, pero pronto congeniaron, sobre todo a través de la vertiente cultural. A los dos les gustaba estar juntos y hablar de cualquier tema, y sus conversaciones podían durar horas y horas. Una de sus actividades favoritas consistía en coger el tren hacia la capital y pasarse el día allí viendo películas, hablando de ellas y paseando por las calles. La relación parecía perfecta, pero Ella seguía saliendo con su novio, el macarra, y Él comiéndose los mocos en su casa. Él estaba destrozado y Ella lo sabía perfectamente. Se sentía halagada por la compañía de Él y por su interés, pero, como buena ctónica, apreciaba más la testosterona de su novio. Esa relación de verse y tratarse constantemente, pero sin sexo, duró nada menos que año y medio, tiempo en el que Él cada vez acusaba más su amor no correspondido por Ella. Las despedidas en la puerta de la casa de Ella eran traumáticas para el chico; Ella veía su dolor, sus lágrimas, pero no dio un paso ni tampoco cortó la relación. Evidentemente no se le puede reprochar que no se enamorara de Él, eso sería absurdo; lo más discutible se dio más adelante.
Pasó, como he dicho, un año y medio. Él cada vez más enamorado y también dolido, resentido. Ella con el novio, pero pasando muchas más horas con Él, aunque sin permitirle ni un beso. Poco a poco Él empezó a cambiar. De forma de vestir, de comportarse, de hablar. También cambió de gustos musicales y otras cosas. Y su metamorfosis, lógicamente, se producía en la línea marcada por Ella. Los gustos que recién iba adoptando Él eran los que Ella profesaba y que, además, en ocasiones, prescribía. Como el protagonista de Por amor al arte, Él se convirtió en una creación de la pigmaliónica Ella, aunque ésta no fuera estudiante del arte ni pretendiera hacer con él el trabajo de final de carrera. Él pretendía agradarla más, hacérsele más interesante. Pero no entendía la lógica de las mujeres; no sospechaba que a una ctónica no se la satisface aceptando su criterio, al contrario. Una verdadera ctónica privilegia mucho más que su víctima mantenga precisamente un elevado nivel de autonomía, porque, entre otras cosas (subrayo: entre otras cosas), es eso, autonomía y determinación, lo que más aprecian en sus parejas.
Ya digo que Él fue cambiando, pero no Ella, que siguió siendo la misma, al tiempo que su noviazgo con el macarra continuaba y Él, a pesar de todo, no tenía acceso a Ella, ni siquiera a una caricia. “Lejos de ti hace mucho frío”, le confesaba.
Pero todo cambió un día. Él ya no podía más, después de año y medio de transformación inútil en el que Ella se había convertido en el centro idolatrado de toda su existencia (Ella me reconocía que pocas veces se ha sentido más amada que entonces. Sin embargo...). Una noche, harto de todo, se armó de decisión y la besó. Nunca antes había besado a una mujer. Estaban en un bar, con el grupo de amigos, y eso implica que el novio estaba presente. Éste y Él se enzarzaron en una pelea que acabó con la salida del último del círculo de amigos. Rompió con todos, pero sobre todo con Ella, que se había enfadado mucho con el beso. Ahora Él la odiaba, no quería verla más. Como decía Fellini, refiriéndose a las mujeres, sólo se suele criticar aquello por lo que se manifiesta un cierto interés, y en este caso el odio era análogo al amor con que la había idolatrado hasta este momento. Por primera vez, después de dieciocho meses, Él montó su vida al margen de Ella. Dejó de verla y, también, dejó de desearla. Se buscó la vida en otra parte. Los resultados llegaron rápido: conoció a una chica y empezó a salir con ella. Eso lo cambió todo, al menos en lo que respecta a Ella.
Una soleada tarde, creo que de junio, Ella paseaba en solitario por un parque de su ciudad cuando vio a la nueva pareja besándose, sentados en un banco. No sabía que Él tuviera novia. La ctónica entró en erupción. “Tiene que ser mío”, debió pensar, si tenemos en cuenta lo que sucedió después. Años después, al contarme la historia, trataba de justificarse diciéndome que su súbito interés sexual por Él se debía a que éste había cambiado, de forma de vestir, de comportarse, etc. Yo no quise decir nada, pero estaba claro que el argumento no se sostenía, porque estos cambios fueron muy anteriores y, por sí mismos, en su momento, no provocaron cambio alguno en la actitud de Ella. Ahora sí se produjo un cambio, pero eso claramente tiene que ver con la capacidad sexual que empezaba a ver en Él. Ya se sabe lo competitivas que suelen ser las ctónicas con/contra ellas mismas; cuando Él se consagraba para Ella, nada de nada, pero todo cambia cuando ve que lo pierde en brazos de otra mujer. Es en ese momento cuando, casi inconscientemente, se dispara en las ctónicas un mecanismo ancestral, anclado en una dimensión prerracional y telúrica, que no obedece a criterios individuales. El caso es que en ese punto todo lo que Ella sentía por Él cambió de sentido. Creo que fue al día siguiente cuando lo abordó (o esa misma tarde, una vez que la novia había desaparecido). Él ya no estaba enfadado, y le contó a Ella, orgulloso de sí mismo, que tenía novia y las cosas marchaban muy bien. Si no recuerdo mal, esa misma tarde Ella ya lo sedujo. Me contaba, orgullosa también de su gesta: “y durante todo ese verano conseguí que él le pusiera los cuernos a su novia”.
Al final del verano los dos se convirtieron en novios, rompiendo con sus respectivas parejas. Fueron felices durante muchos meses. Una felicidad envidiable, por lo que Ella me contaba. Mucho sexo, complicidad, cariño, respeto. Pero el alien gigeriano que lo iba a destruir todo ya se había introducido en las tripas de la relación. Él la amaba con locura, pero el año y medio de humillaciones y desprecios que había sufrido sometido a la ctónica no podía borrarse. El odio acumulado era demasiado grande, y al final pudo más que el amor. Cuando la relación parecía ya asentada, comenzaron los problemas. Él le fue devolviendo, aunque de forma inconsciente, todos y cada uno de los golpes que había recibido de Ella durante meses. Llevados por un impulso mimético que era más grande y poderoso que ellos y sus voluntades, ambos cayeron en una espiral destructiva que acabó arrasando toda la relación. No entraré en detalles, pero la parte final de la historia es sórdida y escabrosa. Todo lo que Él había aprendido en manejos ctónicos lo utilizó y aplicó contra Ella, con resultados letales. Se amaban, pero se acabaron destruyendo casi sin darse cuenta de ello. Una historia trágica.
Llegó la ruptura inevitable y el trauma para Ella, que tuvo que ser tratada por psicólogos y psiquiatras durante unos tres años. Ahora era Ella la que padecía el vértigo del frío lejos de Él. Un derrumbe casi total, una derrota que bordeó lo definitivo. Tras mucho sufrimiento, superó el trauma y desde que le dieron el alta hace vida normal. Pero seguramente nunca llegó a recuperarse del todo. Esa idea me quedó tras mi experiencia con Ella. Me gustó conocerla, aunque reconozco que más me gustó perderla de vista.

viernes, 16 de noviembre de 2007

LA ALIENACIÓN DE LO PROPIO


"Lo propio tiene, tanto como lo extraño, que ser aprendido. Por eso mismo nos son imprescindibles los griegos. Sólo que no los alcanzaremos precisamente en lo que para nosotros es propio, nacional, porque, como queda dicho, el libre uso de lo propio es lo más difícil".

Friedrich Hölderlin, carta a Böhlendorf (4 diciembre 1801).


"La esencia de la existencia consiste en estar dentro estando fuera".

Martin Heidegger, El origen de la obra de arte.

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Nota a posteriori: siguiendo a Hegel en La ciencia de la lógica, lo propio, es decir, lo inmediato, precisamente por su inmediatez, se nos ofrece en una opacidad casi blindada, que sólo puede llegar a comprenderse tras un proceso reflexivo que eleve aquello inmediato (lo propio) a concepto. Para ello hay que desplegar la reflexión en figuras que siguen el mecanismo de interiorizar lo exterior, de la misma manera que la Naturaleza es la Idea en cuanto exterioridad que debe ser desentrañada en su esencia. Lo propio es, por tanto, aquello opaco que no se nos revela de forma directa, sino a través de un complejo proceso de mediación reflexiva. Sólo distanciándonos de lo propio podemos llegar a saber qué es, en qué consiste. Sólo desde el Otro puede articularse un Sí Mismo que tenga conciencia de serlo. Un Sí Mismo que escape a este proceso de salida y separación no será más que la prolongación de aquello que nos ha sido trasmitido en su inmediatez opaca.

(denle a la imagen y verán de cerca la bonita alienación gigeriana)

sábado, 10 de noviembre de 2007

VALENCIA


Los viajes tienen, al menos para mí, dos funciones básicas: una de contenido y otra formal. La de contenido tiene que ver con el destino del viaje, sus motivaciones, objetivos, etc. La función formal, en cambio, se relaciona con el hecho mismo del viajar, con el ir-y-volver, y con todo lo que remueve ese movimiento del salir/regresar. En cada viaje la identidad del viajante se pone en juego. Muchas veces sucede que lo más importante de un viaje es esta vertiente formal, pero en el caso que ahora me ocupa lo que tiene que ver con su destino ha sido más gratificante y satisfactorio.

El destino era la ciudad de Valencia, y la excusa un congreso internacional sobre Nietzsche (titulado Nietzsche y la hermenéutica) que se iba a celebrar (y se celebró) en la Universitat de Valencia. Pero el motivo principal del viaje residía en conocer una tierra cercana pero desconocida para un servidor. No quiero entrar en aburridos detalles personales, pero me va a costar olvidarme de Valencia. De hecho, no pienso hacerlo: volveré. No sé cuándo todavía, pero no me cabe ninguna duda. Pensamos lo mismo los tres expedicionarios isleños: el Pez Martillo, Donatien y un servidor.

No sé si porque soy mallorquín o a pesar de serlo, considero que Mallorca es un buen lugar para vivir. Pero si por alguna razón tuviera que largarme de la isla, Valencia sería uno de los destinos que consideraría con más posibilidades. Valencia ha resultado ser una ciudad muy atractiva, que reúne ventajas propias de una ciudad grande y también de otras más pequeñas. Pero lo que me ha sorprendidomás es la gente de Valencia, por su calma, su tranquilidad, su alegría. ¡Y qué mujeres! Guapísimas y tremendamente simpáticas las valencianas. En Mallorca el nivel de belleza femenina no es precisamente bajo, pero en general las mallorquinas (ahora toca un apunte tal vez excesivamente general, pero tampoco creo que sea muy equivocado) son demasiado estiradas y bordes. Nada que ver con las encantadoras mujeres valencianas (y eso por no hablar de las espectaculares noruegas del Rosenborg, que nos dejaron alucinados en un bar del barrio del Carmen, celebrando la victoria de su equipo sobre el Valencia CF en Mestalla). A pesar de ser igualmente latinos y mediterráneos, entre valencianos y mallorquines se aprecian no pocas diferencias en el carácter y en las maneras. Imagino que la endogamia isleña tendrá mucho que ver con ello. No pienso hacer causa a favor de mis paisanos, así que voto por la alegría y la simpatía valenciana.

Mención especial quiero dedicar al viejo Casale, conocido nick del antiguo Nickjournal, que con una amabilidad difícil de superar nos enseñó los rincones de la ciudad antigua, en una inolvidable tarde que me hizo recordar (y rememorar en carne propia) las gestas de Paavo Nurmi y Abebe Bikila. Creo que difícilmente podrá encontrarse un guía más adecuado para conocer los rincones de la ciudad y su historia que el gran Casale. También la cena a la que asistieron el Pez Martillo, Donatien y un servidor por parte mallorquina, y el propio Casale, montano, Bartleby y Tempo e dolore en representación valenciana, tendrá sin duda un hueco en mi recuerdo. Un saludo para todos y gracias por la compañía.

¿Y el congreso, qué tal? No estuvo mal, pero ya hablaré de él en otro momento. También de la exposición sobre HR Giger en la UPV.

(foto: cortesía del Pez Martillo)

domingo, 4 de noviembre de 2007

EL FRACASO NECESARIO


Dice Heidegger en El origen de la obra de arte (Caminos de bosque, Alianza) que la esencia de la verdad es la no-verdad. No en el sentido de que lo esencial de la verdad consista en algo que no lo es, que se opone a lo verdadero, sino que a la verdad le es esencial el no poder definirse totalmente, el escaparse a cualquier pretensión de dominio. Su esencia es, pues, el ocultamiento, un negarse a la manifestación, al menos de forma total y absoluta. La verdad es algo que siempre se resiste a aparecer como algo, como presencia; no puede ser objeto de fijación. Por tanto, en toda pretensión de poseer la verdad ésta desaparece bajo la forma que supone afirmarla. Afirmarla es negarla. La verdad no es de nadie.

Es por ello que toda operación para tratar de apropiarse la verdad está condenada al fracaso. La esencia de la metafísica consiste en un intento de dominar lo real, reduciendo su inmensa complejidad a una serie reducida de categorías o principios. Pero la labor metafísica siempre está condenada a toparse con un camino sin salida; cuando se pretende definir/clausurar lo real, lo óntico, éste escapa a la totalización de dicha operación. La verdad del ente escapa siempre, manifestando así lo que podríamos llamar su fuerza más inatacable. El ente se resiste a la operación de dominio del pensar metafísico, revelándose así una cierta inconsistencia, no ya de las cosas ónticas mismas, sino del propio pensar en su esencia. La metafísica nos ha permitido llegar a ese punto de arrinconamiento de lo ente, pero una vez allí no podemos ir más allá, saltando por encima del vacío de su sentido más profundo. El camino está cerrado; la metafísica revela así su inherente inconsistencia para englobar en sí lo real. La derrota se nos hace explícita.

Pero es en ese fracaso del pensar metafísico cuando y donde se abre aquello que Heidegger llama ‘el claro’, ese abrirse absoluto de las cosas, de lo óntico y de lo que no lo es. La dimensión de lo abierto, aquella en la que confluye todo aquello que es previo (ontológicamente) a toda operación metafísica, sólo se manifiesta (no como presencia, sino como ruptura o escisión de lo que es presencia) cuando la metafísica fracasa en su lucha con/contra la óntico. Pero, y he aquí la paradoja (aparente), nos es preciso ese fracasar para que la posibilidad del claro de la apertura se nos presente como tal posibilidad. Necesitamos de la metafísica para poder llegar a ese punto decisivo del fracaso posibilitante, cuando el ente escapa a la esfera de dominio apropiador del pensar metafísico. Se nos abriría así la dimensión del claro/ocultamiento, la del acontecer, diferente de la del ser entendido desde lo óntico. Nos es preciso el fracaso de la metafísica, y el siguiente paso, una pretendida superación del propio pensar metafísico, tal vez no consistiría en otra cosa que en un repetir sus procedimientos teniendo en cuenta la colisión con el fracaso y todo lo que ello representa. Sólo gracias al fracaso hay camino; sólo por medio de la derrota podemos caminar con propiedad.

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