jueves, 27 de enero de 2011

FEROCES ALIMAÑAS QUE SE CEBAN EN LA CARNE ENSARTADA

 (Lynch, junto a Freud y Miguel Ángel Velasco)

"Aquellas almas piadosas que quisieran sabernos apartados de todo contacto con lo malo y lo grosero deducirán, seguramente, de la temprana aparición y la energía de la prohibición de matar, conclusiones satisfactorias sobre la fuerza de los impulsos éticos innatos en nosotros. Desgraciadamente, este argumento constituye una prueba aún más decisiva en contrario. Una prohibición tan terminante sólo contra un impulso igualmente poderoso puede alzarse. Lo que ningún alma humana desea no hace falta prohibirlo; se excluye automáticamente. Precisamente la acentuación del mandamiento «No matarás» nos ofrece la seguridad de que descendemos de una larguísima serie de generaciones de asesinos, que llevaban el placer de matar, como quizá aún nosotros mismos, en la masa de la sangre. Las aspiraciones éticas de los hombres, de cuya fuerza e importancia no hay por qué dudar, son una adquisición de la historia humana y han llegado a ser luego, aunque por desgracia en medida muy variable, propiedad heredada de la Humanidad actual".

Sigmund Freud, Totem y tabú

jueves, 20 de enero de 2011

MÚSICA DEL SUBSUELO (36): SÁNCHEZ-VERDÚ



Arquitecturas del vacío (2009)

Descubierto recientísimamente por mi querido espectro ctónico, José María Sánchez-Verdú (1968) se ha convertido en mi compositor actual de cabecera. Quien no lo conozca, se está perdiendo algo realmente grandioso, uno de aquellos pocos espeleólogos de las profundidades que consiguen dar, en cada descenso, con algo indispensable que merece salvarse de la hoguera del tiempo. Muy influido por otras artes, como la pintura y la literatura, Sánchez-Verdú es uno de esos escogidos genios que se puede permitir realizar la máxima de Chillida según la cual el artista no debería limitarse únicamente a reproducir una y otra vez, casi en serie, el mismo patrón que pretendidamente define su identidad como creador, sino que sería preferible adentrarse en ese terreno desconocido en el que uno aprende sobre la marcha lo que no sabía hasta entonces. Este gaditano que ha necesitado huir de la mediocridad hispana para refugiarse en Berlín, explora y descubre con cada nueva obra territorios insólitos o escasamente frecuentados, extrae de los instrumentos conocidos (el saxofón, entre otros) unas sonoridades únicas, e incluso ha llegado a inventar alguno (el aurafón). Para Sánchez-Verdú la creación musical es una especie de palimpsesto infinito que trata de atomizar la materia sonora, aislándola de las viejas formas de sentido, ya esclerotizadas de tan repetidas (aunque sin dejar de lado una particular genealogía musical), para otorgarle una nueva estructura que, alejada de la armonía y de la melodía, trate de expresar poéticamente el fulgor de la nada y el abisal latir del aire.


Cercano sonoramente a Xenakis, Scelsi y Messiaen, Sánchez-Verdú dota a sus composiciones de una complicada estructura que, sin embargo, posee una gran capacidad hipnótica; son complicadas, pero extrañamente emocionantes, poseedoras de un hechizo envolvente y magnético. Más conocido por haber compuesto la pieza que en 2009 homenajeó a las víctimas del 11-M, Arquitecturas del vacío (cuyo video encabeza esta entrada), hasta el momento ha compuesto piezas tan imponentes como Paisajes del placer y de la culpa (aquí su segunda parte, de 2003), Ahmar Aswad (de 2001 y dedicada al pintor Pablo Palazuelo, una de sus principales referencias artísticas), Dhamar (2000), la recién estrenada Elogio del tránsito, e incluso cuatro óperas. Una de ellas, GRAMMA. Jardines de la escritura (2005), basada en el mito de la escritura que aparece en el Fedro de Platón, trasciende las habituales separaciones escénicas entre público y músicos, dibujando un espacio que los conjunta y que se asemeja a la biblioteca de un convento benedictino. La última, estrenada en el Teatro Real, El viaje a Simorgh (2007, inspirada en una novela de Juan Goytisolo), todavía no puede conseguirse en dvd o cd, aunque pueden disfrutarse unos pocos pasajes memorables (no sólo en música, sino también en escenografía, diseñada por  un inspirado Frederic Amat que lleva la imaginería alada hasta su extremo más logrado de estilización lóbrega, y en la coreografía dirigida por el gran Cesc Gelabert) en Youtube: IntroElogio (segundo video de esta entrada), La peste o Interludio

Finalmente, dejo también una reciente y provechosa entrevista a Sánchez-Verdú en TVE, que sirve para conocer mejor las claves artísticas de este portento (el video también incluye imágenes de la fascinante escenografía de GRAMMA), además de un especial que le dedicaron en el programa Al margen, de Radio Clásica.

domingo, 16 de enero de 2011

SOBRE LA RELACIÓN CON EL OTRO (Y ETA)


Perdiendo un poco el tiempo en el Focoforo, concretamente en un hilo dedicado a la tregua de ETA, me dedico a desviar la cuestión hacia un punto que me parece decisivo e importante si se pretende normalizar la situación en el País Vasco: ¿Qué sucede con los exiliados que tuvieron que marcharse debido a la violencia etarra y a la presión nacionalista? Eso, curiosamente, encrespa los ánimos en el foro (¿Qué problema hay en 'el país de la discriminación positiva' para que aquellas víctimas de ETA que se vieron obligados a abandonar su tierra tenga facilidades para volver una vez que la banda armada haya desaparecido como tal?).

Al final de la discusión con varios foreros cabreados, aplicados apóstoles de la falsa equidistancia (en este caso entre la democracia española y la propia ETA), se plantea la relación con el otro, la necesidad imperiosa de mantener con ese otro una relación de generosidad y de apertura. Uno de ellos pretende llevar el 'respeto al otro' (en este caso el otro es ETA y el nacionalismo vasco en general) a un extremo casi reverencial, de entrega suicida (casi diría que al más puro estilo de Simone Weil con su interpretación radical del cristianismo como entrega incondicional al otro, si no fuera porque entre el energumenismo que practica este sujeto y la finura intelectual de Weil no hay relación alguna). Pero no acabo de verlo claro, primero por cierto escrúpulo moral (no me parece que claudicar ante ETA y conceder al nacionalismo vasco la hegemonía ideológica en Euskadi sean soluciones dignas y responsables), y después mediante una reflexión más teórica, de principios. Porque una cosa es respetar al otro (requisito indispensable en un sistema democrático, pues todo sistema dictatorial se plantea a sí mismo como proyecto de apuntalamiento y aseguramiento de lo propio, y eso implica necesariamente la negación del otro, la prohibición del pluralismo. Pero, ¿qué sucede cuando ese otro, como es el caso etarra, niega toda reciprocidad y pluralismo? ¿Qué pasa cuando el otro tiene como finalidad principal a su respectiva otredad?), y otra cosa muy distinta es adorarlo como si éste, en su posición de exterioridad, poseyera la verdad absoluta. Además, sin exigirle a ese otro reciprocidad ninguna. Me recuerda a lo que escribió Ghandi en la prensa europea, con Hitler ya en el poder persiguiendo a los judíos, justo antes del inicio de la guerra; Ghandi no se dirigía a Hitler exigiéndole respeto al otro, sino a los perseguidos, los judíos, para conminarles a no enfrentarse a los nazis y más o menos dejarse sacrificar, porque así, supuestamente, conseguirían 'aplacar el corazón de la bestia'.

La cuestión, filosóficamente hablando, es ésta: siendo la experiencia humana una continua y múltiple relación de dualidades y una contienda entre oposiciones, una cosa sería el otro como aquella exterioridad que queda fuera de nuestra configuración de identidad propia (con sus correspondientes criterios esencialistas de verdad como certeza, el establecimiento de la clausura que blinda al yo de toda alteridad, etc.), y otra cosa es la otredad legal en la que se sitúa un asesino (o aquel que lo ayuda a realizar su labor, porque recordemos que, en jurisprudencia sentada por el juez Garzón hace unos años, ETA no está formada únicamente por los comandos que ponen las bombas o dan tiros en la nuca, sino por todo el entramado que lo sustenta y le permite realizar su labor, desde el chivato hasta el que consigue dinero, etc.). En estos casos la relación pierde toda ingenuidad de principios y tiende a rebajarse a una actitud puramente defensiva; la reciprocidad directa, en este caso, mientras la máquina del terror siga en funcionamiento, es abrir ingenuamente la puerta al exterminio, no únicamente del yo sino también de toda posibilidad de pluralismo.

Este tipo de relación-con-el-otro es la que caracteriza, por ejemplo, a una gran parte del pacifismo contemporáneo, aquel que tiene a Ghandi como modelo. Ya he indicado lo que entendía Ghandi por relación-con-el-otro: particularizar el foco moral sólo en una de las partes (curiosamente la victimizada), olvidándose de la otra, a la que no se considera sujeto ético y, por tanto, nada se le exige. Eso en el fondo es exactamente el mismo modelo del etnocentrismo de toda la vida, solo que intercambiando la jerarquía de los roles, pero entendiendo que la verdad está únicamente anclada en uno de los dos lados. Gran parte de la izquierda occidental (la tercermundista y proárabe, básicamente) bebe de esta idea que fundamenta una gran parte de sus posicionamientos.

Pero podría darse otro tipo de relación-con-el-otro que llevara más lejos la experiencia del fracaso de ambas vías (la del yo y la del otro), y que en consecuencia entendiera que la verdad no pertenece exclusivamente al yo ni tampoco al otro, sino que es algo que se juega en la misma relación entre opuestos. Y digo que se 'juega' porque es inherente a la movilidad de la propia relación y al sentido de la verdad (como aquello que no puede ser completamente apropiado), no se fija totalmente porque no le es dado fijarse. Aunque eso no signifique que una parte y la otra estén siempre a la misma distancia, es decir, que sean simétricas, equidistantes. Eso depende de cada caso, de cada puesta en juego de la relación misma, de cada planteamiento determinado de la relación en marcha. Los elementos que entran en juego en cada fase son muy numerosos, y eso implica que toda pretensión de esencializar un momento concreto como si fuera la categoría que define todo el proceso está condenado al error. 

PD: me he dejado un detalle importante en el tintero. Para que pueda relativizarse el anclaje tanto del yo como del otro, es necesario que se tome en consideración una otredad más amplia, no la del puro otro como prójimo, sino la de una otredad radical, absoluta, en el sentido de que nunca puede dejar de serlo. Es por tanto, una otredad inasimilable a ninguno de los dos extremos de la oposición, aunque debe siempre ser considerada para evitar el deslizamiento fatal hacia uno de los lados. Esta otredad superior es la que, en realidad, posibilita la propia relación entre yo y otro-prójimo.

domingo, 9 de enero de 2011

PORNOGRAFÍA Y HOLOCAUSTO. LOS STALAGS


Aunque fue realizado en 2007, se acaba de estrenar en Alemania un documental israelí sobre un tema fascinante y perturbador: Stalags: Holocaust and Pornography, dirigida por el joven cineasta Ari Libsker (en España ya se ha podido ver en el canal Odisea). La película se centra en un fenómeno muy popular en Israel durante la década de los 60, unos libritos pornográficos llamados Stalags (se trataba de textos que contaban con alguna colorida ilustración erótica, en las que no aparecía en ellas sexo explícito, como sí sucedía en la narración), en referencia a los campos de exterminio del Tercer Reich, y en los que atractivas mujeres ataviadas con uniformes de las S.S. torturaban a soldados americanos en los campos de la muerte. Finalmente, se intercambiaban los papeles y el prisionero acababa escapando a su cautiverio, no sin antes violar y matar a sus sensuales captoras. La dialéctica hegeliana del Amo y del Esclavo, en plena movilidad del intercambio de roles, conducida hasta el extremo máximo del goce sexual en la atmósfera más feroz imaginable. Curiosamente estos fueron los primeros libros editados en Israel que trataban la cuestión del Holocausto (junto con las novelas de K. Tzetnik, que aparece en el documental y cuya obra fue en realidad el antecedente temático de los Stalags), aunque lo hicieran desde las más absoluta falta de rigor histórico, suplida por una imaginación delirante. Aunque a veces se ha dicho que no había mujeres alemanas de las SS en los campos que se dedicaran a torturar a los presos, sí que sucedió. En prácticamente todos los campos, pero en especial en el de Ravensbrück.

Aunque en un principio parecían originalmente escritos en inglés por autores americanos, en realidad los verdaderos autores eran los supuestos traductores al hebreo. Se trataba, evidentemente, de una medida profiláctica que permitiría justificar los escrúpulos de los lectores. Los verdaderos escritores judíos de los Stalags trataron, durante décadas, de mantenerse en el anonimato, aunque hoy día se conocen varios nombres, como el del poeta Maxim Gilan, hijo de una judía alemana y activista de izquierdas. Gilan murió en 2005, pero sí pudo ser entrevistado para la película Eli Keidar, el auténtico iniciador del género junto al editor Ezra Narkis, y autor del primer Stalag (Stalag 13), que firmaba todas sus obras como Mike Baden, y cuya familia materna fue asesinado en los campos nazis.

Miron Uriel fue reclutado por Narkis para sustituir a Keidar en la elaboración de Stalags, y muchos otros se fueron sumando al fenómeno, que iba aumentando progresivamente las dosis de truculencia y morbo, a la vez que la estilización de la crueldad (el abogado Nachman Goldberg, por ejemplo, recurrió incluso al canibalismo y al incesto en El monstruo del Stalag del horror). Los interlocutores sexuales de los nazis dejaron de ser exclusivamente americanos para concederse a los judíos el protagonismo central y absoluto.

Los Stalags se publicaron ya en la década de los 60, el primero de ellos cuando se acababa de iniciar el juicio a Adolf Eichmann. Es decir, fue leído inicialmente por un público extremadamente sensibilizado con el tema, pues estaba rememorando (incluso descubriendo), merced al proceso que se estaba siguiendo contra Eichmann (y el proceso contó con numerosos testigos judíos que fueron narrando en el estrado las innumerables aberraciones del III Reich), los crímenes atroces que causaron la muerte de 6 millones de judíos. Recordemos que este juicio fue el detonante para que el Holocausto se convirtiera en un tema relevante tanto para la propia sociedad israelí como para el mundo en general, pues hasta ese momento no se le había concedido tanta importancia. Sólo dos años después fueron puestos legalmente fuera de circulación, cuando el Stalag titulado Yo fui la puta privada del coronel Schultz, el más popular y que invertía la estructura habitual del género (de mujeres-torturando-hombres se pasó a lo contrario), causó la intervención judicial y la intervención de todos sus números por la policía israelí. También la detención del propio autor. Los Stalag dejaron ya de imprimirse, la epidemia parecía cesar definitivamente. Sin embargo, el interés no fue a menos y de hecho siguieron vendiéndose de forma clandestina hasta nuestros días.

El tema resulta indudablemente fascinante para una mentalidad subsuelítica. Aunque en apariencia  chocante, no tiene por qué resultar escandalosa esta fijación sexual con el nazismo, pues se ajusta perfectamente a la naturaleza de la lógica del deseo y, más concretamente, a los objetivos principales del sadomasoquismo: la erotización de una figura de poder, la sensualización del obstáculo, la fetichización de la violencia del Amo. La vía del éxtasis sexual a partir de una mediación catártica con lo más horrible de la propia historia. Si los protagonistas del Crash de Ballard-Cronenberg se estimulaban sexualmente con las posibilidades que permitía la descarga de adrenalina de unos brutales choques automovilísticos, en este caso las posibilidades son mucho mayores, pues la carga bélica asociada a la 2ª Guerra Mundial, con el Holocausto como capítulo más aberrante de sometimiento y destrucción, no puede ser más elevada. Más aún tratándose el lector de un judío, pues: ¿Qué puede haber, para un hebreo, más vinculado a la imagen del poder despótico y absoluto que el nazismo? ¿Qué puede haber más perversamente erótico que el fetichista uniforme de las S.S. y el halo de trascendencia inmanente que destila? Es horrible, pero aquí no hay mensaje político alguno, no se identifica ideológicamente el judío con el nazi en la escenificación de la estructura de dominio del sadomasoquismo (aunque en este documental se deje caer en alguna ocasión esa posibilidad), sino que es un esquema puramente sexual el que se pone en juego. En realidad, no es más que una opción de vida, una manera de entender el goce y, eso también, la forma más cercana para que una generación mayoritariamente formada por supervivientes del nazismo (como era la israelí de los años 60) pudiera asimilar de alguna manera una experiencia tan colosal que escapa a cualquier categoría.

lunes, 3 de enero de 2011

LA DIFICULTAD DE LA FILOSOFÍA

Michel Foucault

[En diálogo con don Serafín León, y a cuenta de Assange, ese señor tan famoso al que persiguen suecas ctónicas en celo, la conversación deriva hacia la complejidad intrínseca de la filosofía y la patología que acusan muchos a la hora de triturarla sin conocimiento de causa. Como ando vago, y además no dispongo de mucho tiempo para el blog, copio-pego en este subsuelo mi aportación, en parte reescrita.]

Hombre, Serafín, es que la filosofía, a ciertos niveles, es compleja y abstrusa de por sí. Sobre todo a partir de Hegel, que es el que ya la encamina, furiosamente, a la búsqueda de la Nada. Es cierto que determinados autores a veces se exceden artificiosamente con el lenguaje oscuro que manejan  (de Heidegger, en particular, siempre recuerdo cómo se engolfa con encadenamientos delirantes tales como “el tiempo se temporacía en su temporacidad” de su Ser y tiempo. Pero son más numerosos e iluminadores sus hallazgos que sus miserias), pero es inevitable tener que recurrir a un lenguaje complejo porque el objeto de la metafísica (el Ser, el fundamento, las condiciones de posibilidad de todo decir y de todo discurso) es algo muy difícil de plantear mediante proposiciones 'claras y distintas'. Hay que reconocerlo, aunque parezca una presunción: para entender muchos textos filosóficos no basta con tener una cierta cultura y ponerte a leerlos directamente, sino que debe trabajarse un aprendizaje específico. Se podrá objetar que eso suena a ‘misterios de secta’ o a iluminaciones religiosas, pero no, pues con la filosofía sucede lo mismo que con disciplinas científicas muy técnicas, que si no tienes una formación trabajada durante años no se entiende nada de nada. Por eso fracasan estrepitosamente los Arcadi Espada de turno que, sin formación filosófica de base, se ponen a disertar sobre Derrida o Heidegger con vocación pontificadora. En estos casos te sueles encontrar, para empezar, con que se carece de la más mínima humildad intelectual para dejar que estos libros te interpelen, en el sentido de establecer con ellos una comunicación recíproca. Si uno lleva una idea prefigurada ya muy cerrada de lo que quiere encontrar en un libro, y es dueño de un espíritu con tendencia al maniqueísmo, poca paciencia va a tener para enfrentarse a aquellos que exceden su capacidad de comprensión. Y, claro, o no se enteran de nada (ante lo que concluyen, encantados de conocerse: ‘estos autores no dicen más que chorradas, así que no sirven para nada’) o lo simplifican todo (lo que provoca las condenas en clave política que se practican frecuentemente en determinados ámbitos). O peor aún, no los leen y se conforman con decir que uno de sus críticos más furibundos, el argentino J.J. Sebreli, sí que los ha leído a todos y ya concluye por ellos que no valen nada, salvo la condena más inquisitorial (el caso del citado Espada es de los más llamativos, saltándose a la torera sus criterios refractarios a la cita de autoridad, aunque en este caso 'Sebreli' y 'autoridad' no puedan ser términos vinculables).

Cuando se habla de esta cuestión siempre aparece en escena el famoso trabajo de Sokal y Bricmont, Imposturas intelectuales, pero hay que ser justo y riguroso con este libro. Y eso quiere decir que, primero, ellos no desacreditan la totalidad de la obra de cada uno de los autores a los que critican, sino que únicamente dejan en ridículo sus  ínfulas en lo que a usurpación de terminología científica se refiere, aunque la naturaleza de esas usurpaciones en algunos casos tengan consecuencias más generales. Precisamente en un segundo prólogo, creo recordar que a la edición castellana específicamente, ellos mismos, Sokal y Bricmont, frenaban la furia aniquiladora de tantos lectores (españoles) que aprovechaban las Imposturas para tratar de destruir el 100 % de toda la obra del pensamiento francés de post-guerra. 

Segundo: autores de grandísima valía como Derrida y Foucault apenas ocupan páginas en este libro. Creo que son los únicos de los popes franceses que no cuentan con capítulo específico; además, se les cita poco y no con excesivo espíritu crítico. Se podría decir que salen airosos de ‘la quema’. No así otros pensadores más discutibles, filosóficamente hablando, como Irigaray, Kristeva, Virilio, Baudrillard y Lacan, que personalmente me parecen autores más legítimamente censurables, pero no es justo meterlos a todos en el mismo saco con la intención de arrojarlos, juntitos y apiñados, al fuego purificador de la pira sacrificial. A todos estos autores se les incluye en un supuesto grupo intelectual que no existió como tal (llámense 'posmodernos', 'postestructuralistas', 'pensamiento de la diferencia', etc.), pero cada uno de ellos es autónomo y no todos, por supuesto, están intelectualmente al mismo nivel. Por eso resulta del todo improcedente la crítica generalizada que se perpetra contra todos ellos.

También habría que añadir una tercera cuestión: como ha demostrado François Cusset en French theory (traducido al español), lo que ha llegado al lector medio europeo de la llamada Posmodernidad es un refrito perpetrado en tantas universidades americanas (curiosamente en sus departamentos de literatura, no de filosofía. Y este dato es trascendental para entender la dimensión del problema, pues separar a autores como Derrida y Foucault del contexto filosófico que los rodea y origina es el requisito necesario para condenarlos a la pura incomprensión) que rebajan ostensiblemente el nivel del trabajo de sus ídolos. Lo triste es que en España se lee antes a los epígonos o imitadores (y, peor aún, a los furibundos críticos), no se va directamente al núcleo, esto es, a las grandes obras de los mejores (por ejemplo, La arqueología del saber de Foucault, o la misma Las palabras y las cosas; o La escritura y la diferencia y De la gramatología de Derrida. Si acaso, se sacan a colación sus textos menores, artículos o conferencias), de manera que nos hacemos una idea bastante equivocada del contenido de su trabajo. A mí mismo me ha sucedido, y me sorprendió muchísimo (positivamente) cuando leí estos libros citados, pues descubres en ellos una profundidad y un rigor desconocidos en la imagen que se me había transmitido de los posmodernos. Como pasa siempre: hay que leer directamente a los autores y dejar en segundo plano a los intérpretes o la dupla igualmente equivocada de hooligans a favor/en contra. Bueno, y en estos casos, como decía, siempre ayuda tener un bagaje filosófico, pues cuanto menor sea el bagaje más posibilidades habrá de perpetrar lecturas superficiales o reduccionistas. Espada siempre suele decir que el mal de los periodistas se encuentra en su pereza, en su tendencia al lugar común, pues ‘la verdad cuesta mucho trabajo’ y no todos pueden llegar a ella. Y tiene toda la razón, aunque la pega es que esa máxima no se la aplique a sí mismo cuando habla de filosofía, que no es una disciplina fácil a la que puedas despachar con dos lecturas superficiales y un triste eslogan.
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