lunes, 30 de septiembre de 2013

LOS OTROS


                           (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)



 Hace unos días estuve en 1987. Soñé que me despertaba en la Palma de mi infancia, en pleno barrio de La Soledad. El panorama era fascinante: el s'Hort Nou donde nació mi padre (hoy es una grotesca finca de Drac), pantalones acampanados, coches pleistocénicos y ni una sola camiseta verde. Paseando por las calles de la barriada sembradas de jeringuillas (era el boom de la heroína), apenas me tropecé con inmigrantes, aunque sí con muchos peninsulares. La geografía humana ha cambiado mucho en poco más de dos décadas.

Empapado de las imágenes y sensaciones de esa época, últimamente he hablado con varios amigos (no mallorquines) sobre el tema de los chuetas. No acaban de entender que la fobia contra este colectivo, firme y constante durante unos 5 siglos, se haya diluido de forma tan rápida, sobre todo en Palma. Mi explicación la encontré justo en mi sueño: los 'forasters'. A mediados del siglo XX, la llegada de peninsulares castellanohablantes provocó que los chuetas, habituales representantes de la alteridad frente a la cual la sociedad mallorquina se afirmaba, ya no fueran vistos como algo tan extraño. Al menos los chuetas eran mallorquines, debían pensar los nativos limpios de los 15 apellidos. Ramón Aguiló (padre) asegura que no se superó el problema, sólo se olvidó; pero sin duda su elección como alcalde de Palma fue el hito que demostraba un importante desplazamiento previo.
Con el cambio de siglo llegaron los inmigrantes africanos y sudamericanos, que a su vez desplazaron en el altar de otredades a los peninsulares, que al menos eran españoles. La sustitución del despreciado ha venido acompañada por una mejor aceptación. O por una aversión menos exaltada, porque forasters e inmigrantes no fueron arrinconados en guetos, ni tampoco discriminados legalmente. Se ha producido una atenuación progresiva, de la misma manera que a los chuetas ya no se les quemaba vivos, como sí sucedió con los últimos judíos.
En mi infancia de los 80 apenas percibí rastros de chuetofobia, pero sí un indisimulable odio dirigido contra los forasters. Esa aversión generalizada, con el repugnante 'barco de rejilla' como estandarte, afectaba también a gente de la cultura. Guillem Simó, hombre educado y sensible, registró en sus diarios póstumos (En aquesta part del món, 2005) reiterados ataques contra los peninsulares: “És possible escriure o viure envoltat de forasters? Als energúmens forasters, ni els salut” o “els miserables fills d'immigrants andalusos que omplen Palma de merda”. La arraigada pulsión mallorquina por la homogeneidad reaparece de vez en cuando con dentelladas similares, aunque afortunadamente la resignación (no aceptación plena) ante la diferencia ha conseguido hacerse un hueco.

lunes, 23 de septiembre de 2013

LA TRINCHERA EDUCATIVA



 (artículo publicado hoy en El Mundo de Baleares)

Yo también quería decir la mía sobre el TIL (como diría el Bender de Futurama: “también quiero ser popular”), pero Nadal Suau se me adelantó el pasado sábado en estas páginas. Comparto gran parte de lo que escribió, pero creo que quedan algunas cosas por añadir.
Seguimos viviendo de espaldas al mundo más civilizado. Si existen temas fundamentales, como el educativo, donde el consenso acostumbra a (y debe) ser la premisa, aquí lo llevamos siempre al barro de la trinchera, como si la educación no fuera otra cosa que la política ejercida con otros medios, de modo que las leyes educativas, estatales o regionales, no suelen aprobarse de forma pactada, sino a base de martillazos. En este caso del TIL es evidente que el Govern se ha entregado a la trifulca, pero también los huelguistas. Tenemos de nuevo al hooliganismo convertido en norma. Antoni Camps ha jugado aquí un papel estelar, con un ataque ciego a todo el profesorado, demostrando una vez más que los políticos creen certificar su 'nivel' mediante la satanización del enemigo. Con su artículo, Camps trató de promover la unidad blindada de los suyos, pero en realidad ha conseguido aglutinar contra el TIL muchas sensibilidades diferentes.
Sin embargo, contestar al TIL con una huelga indefinida, a la que se añade el subterfugio de los relevos para no perder tanto sueldo, es ponerse a la misma altura de Camps, responder en similares términos de exasperación. Realmente, en un caso y en el otro, la educación de los alumnos parece ser lo último que preocupa.
Entiendo algunas de las críticas al TIL, que básicamente es un proyecto mal diseñado y prematuro. No entiendo a aquellos que dicen que se trata de un “ataque al catalán” o que “va contra una educación pública de calidad”. Los primeros siempre verán ofensivas contra La Lengua si la inmersión ve reducidos sus fueros. En cuanto a los segundos, reconozco que me maravilla que a estas alturas siga habiendo tanta gente en el sector educativo que defienda la LOGSE y derivados, el sistema bajo el cual España se ha convertido en el pozo educativo del mundo desarrollado. No lo digo yo, sino la OCDE (informe PISA) y la Unión Europea. Los alumnos españoles son cualitativamente de los peores de Occidente, y los de Baleares están a la cola del Estado... Sin embargo, gran parte de la esfera educativa vive al margen de esta evidencia, adormecidos en una burbuja de orgullosa autocomplacencia. ¿Cómo pueden estar tan satisfechos de esta hecatombe educativa? Lo peor es que los más contentos suelen ser aquellos que confunden la educación en valores con el más puro adoctrinamiento.

lunes, 16 de septiembre de 2013

PERDER EL 'SENY'


                                    (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Ya en el pasado se detectaba una manifiesta autocomplacencia en las continuas apelaciones del catalanismo al 'seny'. Era un síntoma de la pretensión de superioridad moral que convertía al resto de españoles en una especie algo menos evolucionada. El mantra del seny siempre salía a colación para caracterizar la supuesta diferencia del 'oasis catalán'. Al margen de lo que se piense sobre el catalanismo, lo que parece claro es que no es el seny precisamente lo que está guiando el camino del independentismo, pues la vía catalana se está haciendo desde el sentimentalismo, a partir de una fiebre identitaria que pugna por la homogeneización de la sociedad. El criterio económico, el famoso 'España nos roba', no es más que una excusa (además, discutible); lo decisivo es el instinto tribal que late por debajo.
Después de varias Diadas entregadas al callejero exhibicionismo emocional, el independentismo se encamina hacia la catarsis colectiva del entusiasmo que anhela unanimidades. ¿Realmente bastan manifestaciones de estas características para ganarse la legitimidad? ¿No sería más lógico mantenerla alejada de exhibiciones de masas y hacerla residir en la objetividad y coherencia de la argumentación? En este caso, como flaquea lo segundo, se prioriza lo primero. Pero el número no siempre es fuente de justicia; si una mayoría aplastante de españoles defendiera la pena de muerte, su enorme cantidad no les daría automáticamente la razón. No se trata de ignorar o condenar el independentismo, pero una cosa es desoírlo y otra muy diferente concederle el monopolio de la razón política y aceptar sus maximalismos como la opción más justa.
El sujeto de decisión es el que fija la legalidad: la ciudadanía española al completo. Por eso un referendum no podría escenificarse como una decisión unilateral de sólo una parte de esa ciudadanía. No digo que la posibilidad de una escisión sea de por sí inaceptable, pero hay que justificarla con más argumentos que los que se han puesto sobre la mesa. Y con mayor ecuanimidad, porque ¿una Cataluña independiente dejaría que Tarragona, por x motivos, exigiera un referendum propio para separarse del nuevo Estado? Si se aprueba que una región puede decidir sola, al margen del total de la ciudadanía estatal, también debería decirse que sí en este caso. Pero seguramente la respuesta sería un no, víctima de una doble vara de medir: España es separable, Cataluña intocable. Más allá de ideologías o identidades, se trata de un asunto de principios: si algo (abrir las puertas cuando una parte lo decida) existe de iure, es cuestión de tiempo que de facto vaya a utilizarse sin medida. Es lo que tiene el libre ejercicio de la voluntad unilateral.
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