(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Somos
un país de relevancia mundial en exportaciones. Más que a productos
me refiero a exportaciones de talentos, porque gracias a la crisis
todos los puntos terráqueos imaginables se están beneficiando de
los licenciados y doctores formados en España a los que la situación
económica y también social (relegar al capacitado para poner en su
lugar al mindundi con padrino) obliga a irse al extranjero. La fuga
de cerebros es parte ya de la 'marca España'.
Al
menos con este tipo de exilio hay consenso, en el sentido de que es
impresentable. Pero otros destierros están mucho menos prestigiados.
Al contrario, incluso el exiliado es percibido como responsable de su
situación. Me refiero a las decenas de miles de ciudadanos vascos
que huyeron del fuego de ETA y del acoso social del nacionalismo.
Muchos de ellos, tras el fin de los atentados, siguen sin poder o
querer regresar a su tierra de origen. Nadie habla de ellos. “Que
se jodan”,
piensan muchos que luego enarbolan banderas en defensa de la decencia
y la igualdad.
De
Cataluña ha huido, que se sepa, menos gente, pero últimamente se
multiplican los casos, algunos de ellos ilustres. La plataforma
cívica Libres e Iguales acaba de realizar un ineludible documental,
Gente
que vive fuera,
que retrata el testimonio de exiliados como De Azúa, Boadella o
Pericay, todos barceloneses que decidieron, en vista del ambiente
tóxico de la actual Cataluña, largarse a tierras más tolerantes
con la disidencia. El cuarto protagonista es Jiménez Losantos, que
llegó a Barcelona en Vespa y salió en ambulancia, víctima de un
brutal atentado terrorista. Venía de Aragón a una Barcelona que en
los años 70 era mucho más libre que Madrid, y vivió la transición
hacia la luctuosa llegada del pujolismo, con todo lo que eso
significó.
En
la sede de UPyD Baleares emitimos esta obra hace unas semanas, y fue
la única edición de nuestro Cineforum (van ya 5 años) que finalizó
con un generalizado aplauso. Una amiga discrepó, arguyendo que “no
tendía puentes”,
pero ¿no es algo perverso considerar que es el exiliado el que tiene
que poner de su parte para llevarse bien con los que, de una manera u
otra, lo han excluido de la comunidad?