lunes, 17 de febrero de 2014

EL CÍRCULO PSICOLÓGICO

 

(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

El temerario asalto de Matteo Renzi a la presidencia del Gobierno italiano ahonda en las formas que caracterizan la política transalpina: inestabilidad (11 gobiernos en 20 años) y luchas fratricidas dentro de los partidos. En España nos caracterizan otras peculiaridades. La más evidente y repetida es el odio al adversario, la furia antagonista convertida en credencial ideológica antes que el programa concreto, porque lo que más nos mueve no son tanto nuestras creencias como el asco que nos provocan las del otro. Esto de alguna manera sucede en todas partes, pero es difícil encontrar el nivel de intensidad cainita al que estamos acostumbrados aquí. No hace falta fijarse detenidamente para recopilar ejemplos, porque están por todas partes: el PSOE cuando critica la trama Gürtel y el caso Bárcenas, pero olvidando su responsabilidad en los ERE de Andalucía; el PP censurando a los socialistas este caso andaluz, pero negando los suyos anteriormente citados; CiU cuando dice que en el resto de España reina la corrupción, dejando de lado los casos que lo implican en los juzgados, etc. Como ha recordado Santiago González en estas mismas páginas: cuando acusan, todos tienen razón. El problema es lo que eluden internamente, porque el sentido crítico hacia el exterior no se mantiene siempre encendido, se trueca en aquiescencia y tolerancia cuando entramos de puertas adentro. Es más, el código acusatorio funciona pretendiendo no sólo que el rival ha errado en una determinada cuestión, sino que es un ejemplo sistemático de maldad y, por tanto, debe ser extirpado de raíz. A pesar de cierta careta civilizada, en el fondo no nos acostumbramos al pluralismo, sólo consideramos esencialistamente que los nuestros son dignos de ocupar el espacio político. Cospedal lo resumió magníficamente en la reciente convención de Valladolid: “Es el PP o la nada”.
El pensador franco-americano René Girard, al que dediqué mi tesis doctoral, se refirió en su primera obra, Mentira romántica y verdad novelesca (1961), a un fenómeno que bautizó como “ley del círculo psicológico”, que consiste precisamente en la lucidez respecto a los demás, combinado con la ceguera en lo que se refiere a lo propio, hasta el punto de que “los más enfermos son siempre los obsesionados por la enfermedad de los otros”. En el caso girardiano se trata de algo inconsciente, producido por las características de la pulsión identitaria del hombre; pero en nuestro asunto político son explícitamente las conveniencias sectarias aquellas que trazan la barrera entre un juicio y su opuesto. En ambos se da la máxima de Pablo: “juzgando a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas tú que juzgas”.

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