lunes, 3 de marzo de 2014

INTROITOLOGÍA vs FRAUDE

  (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

No sé si se habrán dado cuenta de que en castellano no tenemos muchas palabras para referirnos a la finalización de algo (resultado, conclusión, desenlace, consecuencia o efecto), mientras que para los inicios podemos escoger entre un sinfín de términos: índice, introducción, prólogo, proemio, pródromo, prolegómeno, preámbulo, preliminar, encabezamiento, exordio, entrada, cabecera, enunciado, sumario, introito, vísperas, anunciación, preparación, gestación, incubación, etc. Podríamos hablar de una pasión por los inicios, una especie de 'introitofagia', o también de 'introitología', como señalé en mi tesis.
Sin embargo, resulta que vivimos en la época de los resultados inmediatos y automáticos. Todo tiene que producirse en el momento, y seleccionando mimbres contemporáneos. Sería la antítesis de aquella modernidad que bebe de la tradición para reformularla o criticarla, pero tomándola en cuenta. Lo habitual hoy en día es ese especimen de artista mediático que asegura, desde su genialidad intransferible, “superar la tradición”, por anticuada, cuando a todas luces la desconoce completamente. Podríamos recordarles entonces aquello que señalaba Jorge Santayana sobre la irremediable repetición de las cosas que implica desconocer el pasado. El recientemente fallecido Paco de Lucía, cuyo prestigio va más allá del encorsetamiento de cualquier moda, seguía el patrón contrario: “miro mucho al pasado”, desde la humildad, para entender las claves creativas de aquellos que abrieron camino y generaron novedades perdurables.
Viven de un resultadismo melifluo y engañoso timos como el del inverosímilmente celebrado Albert Pinya, galardonado la semana pasada por la Asociación Española de Críticos de Arte. El premio a la insustancialidad calificada con los tópicos de siempre: “frescura”, “autenticidad”, “dinamismo”. Inanidades al servicio del lacito de colorines establecido por la voluble y caprichosa exigencia de la moda. El caso de otro joven como Carlos Prieto es similar y diferente. La diferencia es que al menos sabe dibujar, aunque siempre haga el mismo cuadro, supuesto homenaje al París del siglo XIX. Eso cuando no fusila a Gustav Klimt sirviéndose de la mejor arma de estos modernos impostores: el proyector. Lo que une a Pinya y a Prieto es que ambos son puros productos de marketing, seres huecos más preocupados por patearse los numerosos saraos de nuestra isla que por trabajar en solitario sus creaciones, alejados de los focos. Antes la supuesta 'vida de artista', repleta de fingimientos extasiados, que el sacrificado trabajo del verdadero creador, que tiene por norma dudar de sí mismo y no estar satisfecho con lo que hace. De Lucía se pasó “50 años encerrado en un cuarto ocho horas diarias”, siempre enfadado con sus resultados, en tensión creativa continua. Mientras, Pinya y Prieto, encantados de conocerse, se pasan la vida en la sección glamourosa de nuestra prensa local.

2 comentarios:

Daniel dijo...

JEJEJE.... Así me gusta Sr. Horrach, haciendo amigos

PENSADORA dijo...

Y mira que ocurre esto con el artisteo, especialmente con los artistas plásticos que cada vez entiendo menos. Para mí que el sentido de la belleza ha cambiado tanto que ya ni ellos la buscan sino que la transforman... uufff! perdón, que me pongo espesa.

Vivo con un artista (músico) y tienes razón en que un artista "de verdad" famoso o no, uno de estos que se ganan la vida del arte, pasa más tiempo instisfecho que lo contrario... creo que de ahí mana la creatividad.... ya me vuelvo a espesar.

Interesante entrada V. Horrach.

Salud!

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