lunes, 30 de junio de 2014

EN MANOS DE BACO

 

  (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

No sean tan duros con el fiscal Pedro Horrach. Ustedes no lo entienden, pero yo sí. Y no precisamente por ser pariente suyo (ya comenté en su momento que pertenezco a la rama pobre pero decente de los Horrach), sino debido a mi empatía por los espíritus artísticos y creativos. Horrach es un genio del derecho, un virtuoso de la fiscalía. Por eso él no puede limitarse a ser un gris funcionario, encorsetado bajo maneras mecánicas y abúlicas. No, él es un artistazo. Y de ahí la radicalidad de sus formas, la veleidad de sus actitudes. ¿O acaso pensaban que sólo Picasso podía tener etapas diferentes: una azul, otra rosa, etc.? Don Pedro Horrach también evoluciona de unas etapas a otras, no se detiene en un único estilo; él se arriesga, innova, se expone. Tuvo su época inquisitorial, cuando el más mínimo indicio multiplicaba, como el milagro evangélico de los panes y los peces, imputaciones, detenciones y encarcelamientos. Nadie ha mostrado un celo mayor que nuestro talentoso y artístico fiscal en su época castigadora. Fue el mejor. Lo que sucede ahora es que, víctima de su personalidad inconformista, se encuentra atravesando otra fase de su arte fiscalizador: ahora es un fiscal garantista, el más garantista de todos, un fiscal-defensor, capaz de una escrupulosidad sólo al alcance de los genios. Me muero de curiosidad por conocer a dónde nos llevará su próxima metamorfosis artística. Nuestro fiscal, excéntrico donde los haya, seguro que nos volverá a sorprender.
Como sorprende que desde una isla tan habitualmente tranquila como Menorca se haya puesto en marcha una enfática campaña para hacerle la competencia a nuestras queridas Punta Ballena y Balneario 6. Sí, sí, los menorquines quieren robarnos a nuestros clientes hooligans, tanto británicos como alemanes. Y, por lo visto este año, lo van a conseguir, tras echar el resto con sus fiestas de Sant Joan de Ciutadella: cuatro hospitalizados graves (uno crítico), seis policías linchados por una multitud en una encerrona, botellones continuos, comas etílicos y unas carreras de caballos de los Jocs des Pla con más peligro que el Desembarco de Normandía en Omaha Beach. Un expediente imponente, y en sólo 3 días, ojo. Únicamente ha faltado algún caso de balconning para alcanzar una merecida matrícula de honor. Si se entera el tarambana príncipe Harry Windsor seguro que se coge el primer avión a Menorca para retirarse a beber Xoriguer y bailar el Jaleo a tumba abierta. Además de gozar como él acostumbra, obtendrá también aquello que no le proporcionarán Magaluf ni El Arenal, lugares con peor reputación: un pedigrí cultural edificante, un orgullo que resguarda la cogorza bajo el estandarte de la tradición.

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