lunes, 15 de septiembre de 2014

CLIMA BIPOLAR

 

(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Muchos de ustedes seguramente estarán disfrutando, pero para mí esto es un sufrimiento bíblico. Me las prometía muy felices con la llegada de septiembre y el declive veraniego. Pero al final ha sido un espejismo como el fin de la crisis, que de tan postergada se asemeja a la Ítaca de Cavafis. Si llevamos siete largos años de derrumbe económico, este verano ya está colonizando su cuarto mes con unas temperaturas más propias de una ola de calor que de esta época. La imprevisibilidad del clima comienza a ser una experiencia de ultratumba. Y su volubilidad coincide más o menos con el inicio de la crisis. Si fuera un azteca, estaría convencido de que todo esto no es otra cosa que un castigo divino por algún pecadillo que habremos cometido. No lo creo, porque somos estupendos, al menos cuando hablamos de nosotros mismos (en las encuestas la autocomplacencia supera cotas del 90 %). No soy azteca, pero alguna duda me queda sobre si se trata de un castigo o no, más a mí que a la sociedad.
El caso, como decía, es que el clima lleva unos años descontrolado, víctima de una esquizofrenia que no sé si es producto o causa de la nuestra. Sea lo que sea, han sido aniquiladas la primavera y sobre todo el otoño; pasamos directamente del verano al invierno, e incluso eso no funciona de forma clara y natural, porque si el pasado noviembre veíamos nevar en la Serra más que en varios inviernos juntos, ahora nos encontramos a punto de abordar el otoño con más grados que en una sauna turca. Lo curioso es que parece existir en todo esto una especie de ley de compensación según la cual si en verano no hace un calor mortal entonces ese bochorno no experimentado nos estará esperando a la vuelta de la esquina para torturarnos fuera de época. Y a la inversa, esos fríos de menos que antes se localizaban exclusivamente en plena etapa invernal ahora nos asaltan en abril o en octubre.
Por si todo este desvarío no fuera poco, en un mismo día experimentamos toboganes de temperatura que nos propulsan 15 grados hacia arriba o hacia abajo. Ni en un día aparentemente sosegado puede uno relajarse, porque cuando menos te lo esperas se despierta un vendaval despiadado que arrasa todo lo que encuentra. Me sucedió hace dos años: tumbado en la terraza, casi desnudo por la canícula, 30 segundos después tiritas de frío y el viento arranca de cuajo el toldo, cuyos brazos sueltos buscan tu cabeza para rematarte. Vigilen, nunca se confíen: el clima es más peligroso que la Prima de Riesgo.

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