lunes, 1 de diciembre de 2014

DIOSES HUMANOS


  (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Phil Hughes (1988-2014) debutó joven con la selección australiana de cricket, en 2009, sustituyendo al mítico Matthew Hayden, y pronto se consolidó como un gran bateador de apertura. Tenía un estilo sosegado y fino, ideal para el test cricket. El último año había bajado prestaciones, perdiendo la titularidad, pero permanecía dispuesto para regresar en cualquier momento. Todavía era joven, ayer habría cumplido 26 años. El pasado martes, en un partido de liga nacional entre South Australia y New South Wales, un lanzamiento de su amigo Sean Abbott impactó en su cabeza. Fue una casualidad terrible, porque el cricket es un juego muy seguro: Hughes intentó batear esa bola demasiado alta, no lo consiguió y, por la inercia del movimiento, puso al descubierto la única parte de su cabeza que el casco no puede proteger. Tras unos segundos de conmoción, se derrumbó para ya no despertar. El golpe le había fracturado el cráneo, provocándole una hemorragia cerebral. Estuvo dos días en coma inducido, falleciendo el jueves en Sydney. Era un muy buen jugador y, con el tiempo que todavía le quedaba por delante, probablemente se habría convertido en un grande del cricket australiano.
La muerte de Hughes me ha recordado las de otros deportistas que cayeron fulminados en pleno campo de batalla, más impactante que fallecer fuera de foco (accidentes de tráfico, por ejemplo). Me acuerdo del sevillista Antonio Puerta o el camerunés Marc-Vivien Foé. También del húngaro Miklas Feher, que de repente se desplomó falleciendo casi en el acto mientras jugaba en el Benfica de Camacho. Provoca una sensación chocante la muerte de un deportista de élite, sobre todo si es joven y prometedor. A los futbolistas, hoy en día más que nunca (en España está claro que sobre todo el fútbol es un culto que supera ideologías o religiones), se les ve casi como a dioses, seres invulnerables que están por encima del resto. Por eso su muerte en vivo conmociona casi como si de un Aquiles se tratara. Parecen criaturas revestidas de una estela de eternidad, y sin embargo sucumben igual (o más) que los demás a los peligros que nos circundan. La fragilidad de la vida humana cobra una dimensión más evidente en estos casos.

6 comentarios:

navarth dijo...

Yo, como soy más viejo, recuerdo que me impresionó la muerte del piloto François Cevert, del que todas las mujeres estaban enamoradas. Saludos.

Johannes A. von Horrach dijo...

Lord Navarth, mi recuerdo primigenio de muerte de deportista lo cuento en esta entrada antigua, en la que recopilé los casos de futbolistas muertos en los últimos 25 años:

http://horrach.blogspot.com.es/2014/12/dioses-humanos.html

viejecita dijo...

Pues como no corrija el enlace, aquí volveremos los lectores una vez y otra, y otra...
Ya siento

viejecita dijo...

Pues yo soy muuucho mayor que ustedes. No sé si considerarán el trapecio como un deporte, pero lo que a mí me impactó muchísimo, porque me gustaba intentar emularla, fue cuando Pinito del Oro se cayó del trapecio y se rompió ( aunque matarse, no se mató... )

Johannes A. von Horrach dijo...

http://horrach.blogspot.com.es/2007/08/la-muerte-y-el-ftbol.html

viejecita dijo...

Muchas gracias por el enlace Don Johannes.
Me ha llamado mucho la atención la proporción tan alta de suicidios entre esas muertes. ( Alguno de los accidentes de coche tienen también pinta de suicidio.)

Parece como si esos deportistas famosérrimos , se hubiesen considerasen invulnerables, como dioses, y al ser castigados por la vida , no hubieran aceptado ser simples humanos...
Claro que lo de la muerte de un hijo pequeño es una razón tremendamente fuerte para cualquiera. Porque, respecto de los hijos, sobre todo cuando son pequeños y nos desordenan y complican la vida, siempre nos sentimos culpables de todo lo malo que les ocurra.

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