lunes, 22 de diciembre de 2014

NO ES PAÍS PARA FISCALES


(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Ser fiscal en España nunca ha sido un trabajo cómodo. Los más jóvenes seguramente no recordarán al mítico “Pollo del Pinar”, ese Eligio Hernández que pasó de la lucha canaria a los juzgados y que hizo las delicias de aquellos (muchos, demasiados) que confunden poder ejecutivo y poder judicial. A Jesús Cardenal tal vez sí lo tengan en mente, con ese parecido fúnebre con Montgomery Burns, y con idéntica labor de servicio gubernamental. O a Cándido Conde-Pumpido, designado por el objetivo mérito de ser amigo personal de ZP, y que nos deparó tardes de gloria dadaísta, con ese “Guantánamo electoral” referido a la Ley de Partidos. Torres Dulce, a quien muchos conocimos como tertuliano cinematográfico de José Luis Garci, ha sido el penúltimo inquilino de este potro inflamable. Desde el año 1985, cuando el gobierno de Felipe González aprobó la Ley Orgánica del Poder Judicial, la separación de poderes en España es algo más difuso y voluble que el programa actual de Podemos. De la misma manera, los partidos se reparten los asientos del CGPJ como si fuera uno de los irresistibles pasteles de mi madre, con UPyD como única excepción a esta casi unánime religión nacional.
Me gustaría dejar de hablar algún día de mi tocayo el fiscal Horrach, pero el concienzudo método Stanislavski que ha abrazado para meterse en su reciente papel en la película de su vida le ha hecho olvidarse de su verdadero ser, el Sumo Pontífice de los Inquisidores, para abrazar la causa borbónica hasta un punto tal de fanatismo que ya sólo le falta bombardear el palacio de los Habsburgo en Viena o irse de caza a Botswana, país que nos produce risa pero que nos supera en cuanto a transparencia. Transparencia, esa rareza. Muy bien valorada en el resto de Europa, pero aquí estas cosas no venden. Lo que vende hoy es lo de siempre: placebos, creencias, cosmovisiones, doctrinas que den aparentemente respuesta a todos los enigmas. Con una pizca de furia vengativa mejor. No es la verdad lo que en este caso importa (entendiendo la verdad como algo sumamente difícil de alcanzar, pero en cuyo empeño interrogador comprometemos nuestra dignidad), sino controlar la incertidumbre y arraigarse sobre algo, aunque sea la nada.

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