lunes, 5 de enero de 2015

EL GRAN INICIO


  (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

A izquierda o derecha, en Madrid y Barcelona, entre hombres y mujeres, una pasión casi unánime nos une: la creencia en las virtudes taumatúrgicas del Gran Inicio de año nuevo. O reinicio, regreso al origen. Rememorando los esquemas cíclicos de las religiones e ideologías, que prometen un reinicio de perfección donde antes sólo habría impurezas y banalidad, el 1 de enero ponemos en marcha la dinamo de las ilusiones y promesas que supuestamente articularán los próximos meses, aunque a veces su estela no exceda de los siguientes días, horas e incluso minutos. Todo cabe en ese saco sin fondo, recalcando lo que de movilizador tienen los ensueños, cualquiera de ellos.
No creo que sea ponerse demasiado solemne si digo que confiamos con que una combinación azarosa del calendario va a hacer por nosotros aquello que no somos capaces de articular por nuestra cuenta en cualquier momento. No extrañe que luego, en otro orden, pensemos que la virtudes del régimen democrático nos van a llegar regaladas desde fuera, sin que tengamos que poner de nuestra parte. Por ejemplo, la mayoría queremos un Estado del Bienestar fuerte, pero luego resulta que nuestra economía sumergida está entre el 18'6 y el 24'6 % del PIB.
Sucede algo similar con los sorteos de loterías, que en España levantan un entusiasmo que no se da en todos lugares. Julio Camba escribió ya en los años 30 sobre este hecho, teorizando sobre lo que revelaba del ethos español, en el sentido de que escoge buscar la riqueza por el atajo del súbito azar, en lugar de otros métodos más laboriosos y, llamémoslo así, protestantes. Camba “atribuyó la pasión española por la lotería a la deformación de una cultura católica, habituada a encomendarse a la providencia antes que al trabajo. Se compra un boleto como se prende un cirio” (David Gistau). Han pasado 80 años desde entonces, pero valdrían igualmente para el momento presente, con crisis o sin ella. La condición de homo ludens la tenemos grabada en nuestra genética cultural, y el deseo de enriquecerse de un plumazo, sin haber hecho más que comprar un boleto, es su máxima expresión. Nublados por las promesas de la suerte, no calculamos la fortuna que nos hemos ido dejando durante nuestra vida de jugadores baldíos. Mejor no lo hagan.

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