lunes, 16 de febrero de 2015

THE SHOW MUST GO ON


 (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Los lugares y las personas ya no tienen una sustancia continua e inamovible. Nunca la tuvieron, pero al menos se pretendía que la ostentaran. Es el signo de los tiempos (líquidos para Bauman, viscosos para Paglia): sabemos que nada es para siempre. Nuestra realidad tiende al travestismo, a la mutación, a las metamorfosis más insólitas. Ahí está esa Uma Thurman que cambia de un día para otro y, al siguiente, cuando ya todo el mundo ha twitteado con frenesí sobre su alteración, regresa a su estado previo. En otro orden más cercano y pedregoso tenemos el destino de Sa Casa Llarga, que deja de tener relación con la finalidad social que ostentaba hasta hace poco. Después de años dedicada a dar refugio a gente desfavorecida, últimamente el recinto está convirtiéndose en el epicentro de la vanguardia, albergando insólitas performances de sonoro eco mediático.
Como recordaba aquí el viernes Aguiló Obrador, primero fue el inefable James Taylor (nacido Jaume Sastre), esa especie de mago Copperfield del estómago cuántico, que se ejercitó en las sobrias artes de la dieta etíope (la Etiopía hambrienta de los años 80) pero saliendo de allí más hecho que Falete. Y ahora recoge su testigo otro James icono de nuestra isla, de apellido Saint Andrew. Tras una vida anterior dedicada sin éxito al sacerdocio y transfigurado con mayor fortuna en one man show de la ayuda social, se ha encadenado a sus puertas para exigir a los propietarios que no la recuperen. Los Feliu deberían entender el mensaje: tras agotar sus posibilidades de rehabilitación, el lugar ahora cultiva, gracias al poso dejado por los James & James, cierta pasión artística y transgresora deudora de Joseph Beuys. ¿Quién puede ser el próximo?
Luego está lo del 'tomasazo' en el PSOE madrileño, cambio de cerradura incluido. Es tal el guirigay de los socialistas del municipio capitalino que han designado nada menos que a un catedrático de metafísica, el ex-ministro Ángel Gabilondo, para que se dedique a desfacer los múltiples entuertos que ahí han sedimentado. Olvidando, sin embargo, que todo metafísico que se precie no se dedica a emitir respuestas sino a ampliar el alcance de la pregunta hasta límites enloquecedores. Callao 4 ya es al fin un no-lugar.

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