lunes, 28 de septiembre de 2015

PELIGRO Y SALVACIÓN


 (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

       Imagino que coincidiremos al señalar que vivimos tiempos interesantes. Subidos a una noria que gira en múltiples direcciones, el bamboleo nos tiene muy entretenidos. Tal vez no en lo esencial, pero ya hemos apreciado esta distorsión en la campaña catalana: sólo se ha hablado de un imposible, la independencia (imposible salvo que se perpetre un golpe de Estado, claro), mientras que todo lo posible (políticas sociales, sanitarias) ha quedado en el olvido más absoluto. Es una consecuencia de la melopea: ya no se hace política, al menos la cercana al ciudadano. Sólo grandes palabras, gestas infladas, dramas de opereta.
Señala José Luis Pardo que si se está produciendo un desanclaje, no es tanto de Cataluña con el resto de España como del independentismo con la realidad. Hoy habrá que empezar a volver al sendero, pero Mas no tiene nada de Hansel y Gretel, me temo que no ha ido dejando migas para poder regresar.
Si podemos estar tranquilos de algo es que no nos sucederá lo de Suiza y su reloj de cuco, como decía cínicamente Harry Lime en El tercer hombre. Sin embargo, a pesar de tanto ajetreo y desmelene, tampoco estaríamos ante el caso contrario aducido por el personaje de Orson Welles: no parece que alumbremos Renacimiento alguno. Nuestro nerviosismo parece bastante estéril. No aprovechamos la máxima de Hölderlin de positivizar el desmadre: “allí donde crece el peligro crece también la salvación”. Tampoco veo que sigamos la idea nietzscheana, “lo que no me mata me hace más fuerte”. Para nosotros, el desastre parece un fin en sí mismo.
Una metáfora médica que es aplicable a la situación española podría ser la del cáncer que se va extendiendo, con el peligro de someter al conjunto del organismo. No somos Dinamarca, eso ya lo sabemos, ni tampoco Holanda. El problema es pensar, como sucede con el caso catalán, que el cáncer haya brotado por un exceso de centralismo, porque los datos (sí, datos) indican que ni por asomo es así. Por tanto, ¿adónde conduce tratar de atajar un problema errando el diagnóstico, lo que podría incluso empeorar la salud del enfermo? El trastorno de nuestra política siempre va así: aficionados irresponsables que juegan a médicos sin saber nada de medicina.

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