(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Hoy
podría hablar sobre el hundimiento de Grecia, la cutre y rancia
realidad de la Nueva Política, ese PSM que sigue pensando que lo
legítimo es que gobierne el cuarto en llegar a meta (siempre que el
cuarto sean ellos) o del lobby energético que dirige al gobierno
Rajoy a su antojo. Pero prefiero consagrarme a dos musas que
fallecieron la semana pasada. Ambas fueron iconos del cine italiano,
aunque sólo una de ellas era de verdad transalpina, Laura Antonelli,
porque la otra, la mítica Gradisca de Amarcord, era en
realidad francesa. Se trata de la gran Magali Noël, que además de
actuar también cantaba, como ese maravilloso himno al sadomaso, Fais
moi mal, Johnny, junto al mítico Boris Vian.
Amarcord
forma parte de mi top ten del cinematógrafo. La habré visto mínimo
15 veces. Con la música deslumbrante de Nino Rota encauzando esa
marabunta de actorazos que deambula por la Rímini de la infancia
felliniana. Hay mucha más verdad en esa comunidad que fuera del
celuloide, como también hay más locos fuera que dentro del
manicomio, como decía una monjita del psiquiátrico de Palma. Estos
días la he vuelto a ver para recordar a la Gradisca, fascinada
imitadora de las estrellas de cine americano que enamora a todos sus
vecinos.
El
elenco femenino de la película es fantástico. Está la ninfómana
Volpina, que se trisca a todo bicho viviente. La intimidadora
profesora de matemáticas, que también tiene su aquel. O la joven
Aldina, que enamora al adolescente alter ego de Fellini. Pero
mi favorita era la supervoluptuosa estanquera, esa apoteósica Venus
de Willendorf con unas descomunales tetazas que si fuera Rita Maestre
habría dejado más de un tuerto en el asalto a la capilla de la
Complutense. Su intérprete se suicidó, como muchos otros actores de
la película.
La
otra musa que nos ha dejado es la Antonelli, esa belleza siempre de
rostro triste y resignado. No pertenezco a la generación que
disfrutó in situ su momento de gloria, en los 70, pero
recuerdo haber visto varias películas suyas cuando yo era un chaval.
No era en absoluto felliniana, es decir, no destilaba exuberancias
exageradas ni tampoco rarezas bizarras, pero poseía un aura
melancólica que anticipaba su despiadada decadencia.