(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Esto
de montar, aunque sea de forma no institucionalizada, una academia de
musas es más o menos lo mismo que sucede con el amor y el
matrimonio: la pasión se pierde en la estructura y formalización,
fracasa aquello que trata de proyectarse como algo consolidado. Pero,
por otra parte, tampoco puede evitarse que se produzca esa
frustración, pues idealidad y experiencia nunca van juntos, y es en
el fracaso donde acaece la experiencia. Luego está la dualidad de
que sin matrimonio no hay adulterio, modelo de la pasión musística.
La
idea de esta academia que cambie el mundo, en la estupenda película
de José Luis Guerín (La academia de las musas), parece de
inicio proceder de Raffaele Pinto, un profesor italiano en Barcelona
experto en Dante. Por supuesto, al final se revela que el proyecto es
obra de su musa más cercana, napolitana como él, y que interviene
durante los seminarios en su lengua vernácula. Decían en un
capítulo de Futurama que la civilización entera es un
intento masculino por agradar a las mujeres y... Lo dejo aquí.
¿Por
qué las musas? Pinto sostiene que, sin la referencia de alguna musa,
la poesía deriva en verborrea solipsista, un frenesí incoherente
que no tiene donde agarrarse. La musa, cualquiera de ellas, permite
fijar la oratoria emotiva, pero siempre con el peligro de quedar
despersonalizada, pues ya decía el muso de nuestros políticos
(Kant) que en las cosas lo que vemos es más bien aquello que
nosotros mismos ponemos en ellas. La gran lucha del hombre, en todos
los ámbitos, es controlar a la fiera prejuiciadora que ambiciona
desesperadamente encajonar la realidad bajo unas pocas premisas
consoladoras.
El
lenguaje poético no se parece en nada al filosófico. Al menos al
filosófico pre-heideggeriano basado en la conceptual enunciación
doctrinal. Lo poético no afirma sino que evoca, va liberando voces
sin juzgarlas o
festejarlas. Tal vez por eso intuyo que todo lo que se afirma
es mentira. Porque manifestar explícitamente algo, una palabra o un
sentimiento, implica arrancarlo del alma, escupirlo, fosilizarlo. Si
fueran perdurables, permanecerían en la gruta íntima.
Afirmamos
porque proyectamos, ambicionamos algo. Para siempre acabar como
Apolo: persiguiendo frenéticos a la ninfa Dafne (historia narrada en
la película de Guerín como clave simbólica del film), que huye con
más intensidad cuanto más la deseamos. El deseo siempre se nos
escapa, sólo se vive como distancia o pérdida. Porque conseguir
poseer lo deseado, como decía G.B. Shaw, es la forma más trágica e
intensa que existe de perderlo.
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