(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Hace
unos días la policía brasileña detuvo a un mito del progresismo:
Lula da Silva. Algunos se preguntan si Lula ya no es de izquierdas
tras su deshonra. ¿Pasa automáticamente a engrosar las sucias filas
de la derecha? ¿Felipe González sólo viró de la izquierda a la
derecha tras el GAL? ¿Por qué recordar “la cal viva” era hace
unos años una chifladura propia de la caverna y ahora es sello
virtuoso del podemismo?
Mucha
gente en España piensa en esos términos. En su línea de enfocar la
política en términos básicamente maniqueos, entienden que cuando
un político progresista se corrompe es porque en realidad es
conservador. El esencialismo beligerante como forma de interpretar el
mundo. Por supuesto, esto también funciona en el otro sentido. Basta
oír las sandeces oligofrénicas que se están diciendo desde los
sumisos pelotones político-mediáticos del PP sobre el rojerío de
C's tras su pacto con el PSOE.
El
politólogo español de moda, Víctor Lapuente, autor de El
retorno de los chamanes, muestra la eficiente mezcla de políticas
liberales y socialdemócratas mediante términos sexuales. Un ejemplo
que aparece en su libro es clarificador: en Suecia, país donde vive,
los debates políticos tienden a encauzar en primer término los
problemas concretos del ciudadano, sopesando causas y calculando
soluciones. La ideología entendida como herramienta.
En
España no. Aquí ya de inicio escenificamos una espasmódica
deposición ultraideológica para marcar el terreno entre buenos y
malos, entre salvados y condenados. Pensamos, en nuesta estructura
mental binaria, que no cabe un análisis pormenorizado que deje de
lado planteamientos identitariamente categóricos. Y cuando ese
análisis roza algún dogma, el escándalo estalla como una furiosa
falla valenciana. La clave es identificar un culpable, contumaz
saboteador del camino verdadero, e ir a por él. Por eso preferimos
la doctrina al método.
Por
supuesto, las ideologías todavía existen. Hay planteamientos más
propios del progresismo y otros del conservadurismo. Pero ni uno ni
otro son la verdad absoluta, y tampoco se trata de un pack de
comunión obligada que impida escapar al cepo castrador que señala
el límite de lo tolerado por los sumos pontífices de cada lado.
Roma no paga traidores ni tibios. Lo curioso es que los mayores
defensores del mestizaje en general decreten que el mestizaje
político es anatema. Extra Ecclesiam...
El
chamán de Lapuente, sea izquierdista o derechista, tiene enfrente al
“explorador bisexual” que no teme transitar terrenos
ideológicamente híbridos. En España necesitamos más exploradores
de esos. ¡Y sobre todo implantar estrictas pruebas antidoping en el
Congreso de los Diputados!
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