(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Se
adelanta en clave política la decadencia otoñal al apogeo
veraniego. Estoy pensando en la Turquía laica de Kemal Ataturk, que
habrá quedado, como recordaba ayer José Carlos Llop, como un
experimento guadianesco dentro de los territorios islamizados.
Incluso podría decirse que ha durado mucho más de lo esperable este
siglo occidentalista tras el descarrilamiento del Imperio Otomano.
Probablemente
el próximo objetivo liquidador de Erdogan, encarcelado ya medio país
y con los kurdos en la lista de espera, sean los restos de la cultura
bizantina que todavía pueden apreciarse en Constantinopla. Y digo
Constantinopla, “la reina de las ciudades”, en honor a Albert
Caraco, el autor de Breviario del caos y la fascinante y
terrible Post Mortem, dedicada a la memoria de su difunta
madre con una poesía truculenta y sutil difícil de superar. Caraco
fue un judío sefardí que nació en la capital turca allá por 1919,
y que escogió vivir en el pasado. Pero no en ese pasado inventado o
al menos transfigurado que acostumbran a sembrar los nacionalismos,
mitos legitimadores de cualquier violencia actual. Caraco se instaló
en el pasado o directamente nunca quiso vivir. Se suicidó en París
en 1971, tras la muerte de su padre.
Muchos
amaron Constantinopla. Erich Auerbach escribió allí su gran obra,
Mímesis, refugiado durante la II Guerra Mundial. Petros
Markaris, exiliado de Constantinopla, hace poco comentaba en una
entrevista a EL MUNDO que los nacionalistas turcos, que expulsaron de
la ciudad a miles de griegos como Markaris en los años 50, ahora se
ven desbordados por esos islamistas que Erdogan ha mimado para
reducir el legado de Kemal a cero. Esos exiliados helenos siempre
hablan de su Estambul. A todas horas.
No
desparece la Turquía laica para dar paso a algo nuevo y mejor.
Vuelve el islamismo de toda la vida, aquel que conocieron nuestras
islas y España en general con los almorávides y los almohades. Esa
“religión de paz” que curiosamente fue militar y expansionista
desde el minuto uno, y que en menos de un siglo de vida ya había
alcanzado los Pirineos.
También
tenemos en Baleares un legado bizantino: la Constantinopla de
Justiniano I, cuyo general Belisario dio la orden de conquistar
Mallorca, fue nuestra capital durante siglo y medio. Sin embargo, no
quedan apenas vestigios de esa época. Casi diría que no queda ni
interés. Basta ver el escaso eco entre nosotros de ese misterioso
monasterio en Cabrera que suscitó las iras del Papa San Gregorio.
Somos
exiliados de Constantinopla aunque nunca hayamos pisado sus calles.