lunes, 5 de septiembre de 2016

REINO DE ZUGZWANG

(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)


¿Existen estudios sobre las secuelas irreversibles que produce en diputados, paparazzi e incautos ciudadanos el serial macabro de nuestra política? Estas sesiones de (no)investidura sólo son comparables a delicadezas tan exquisitas como una colonoscopia o una batucada de 24 horas, y deben suponer un desgaste mental que ni el de las trincheras durante la Gran Guerra. Como soy un poco “mariquita para el dolor”, que decía Butanito, sólo puedo seguirlas con la vaselina del diferido, seleccionando (¡y sobre todo acelerando!) intervenciones. Y con la digestión ya consumada, por si acaso.
Pero el espectáculo no cambia apenas: la nada nadeante heideggeriana en todo su esplendor. O, mejor aún, el “preferiría no hacerlo” de Bartleby como lema que podría cincelarse en mármol en la cúpula del Congreso para que sus señorías leviten ante su visión como Homer con la cerveza Duff. Si en los evangelios se habla de tener oídos para no escuchar, nosotros tenemos políticos para hacer cualquier cosa salvo política.
Decía hace unos meses que el PSOE se encontraba justo en esa posición de ajedrez llamada zugzwang, cuando cualquier movimiento te conduce a la inexorable derrota. Tal vez por eso el sin par Snchz, ese genio que ha cosechado en sólo seis meses los dos peores resultados del partido en su historia, se ha plantado y, en la línea de Mariano Pantocrátor, ha decidido no decidir. Esa percha bobainas y su lealísima Ejecutiva (estas cosas sí funcionan a raudales en política: la fidelidad sectaria del apparatchik) se enrocan, secuestrando a un timorato Comité Federal y, de paso, al país entero.
Ya no somos el Reino de España, sino el Reino de Zugzwang. ¿No decía Larra que la consigna nacional era, y sigue siendo, “vuelva usted mañana”? Con ese chocante filón podríamos innovar, convertir esta parálisis no sólo en materia identitaria sino incluso constitucionalizarla. Una España desvertebrada, esclerótica y paralizada.
Como no hay país sino como disgregación narcisista, tampoco toca gobierno. Ni tampoco hay política, sólo logorrea meningítica, que diría Celine. España únicamente entendida como aquel extraño balneario africano cuyo nombre no recuerdo al que van de turismo ciudadanos europeos.
Visto lo visto, y para limitar daños, mejor sería cerrar al público el Congreso, como si fuera Chernobil o Fukushima, y enclaustrar allí a los diputados y su legión de asesores, sin olvidar a la prensa lameculista. Y que fuera un cónclave como el de Viterbo (1268), que dio origen al término (cum clavis), encerrados bajo llave, a pan y agua. Sin olvidar los gintonics de Rufián y Tardà, para que sigan cultivando sus florilegios dadaístas sin afectar a inocentes.

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