Vivimos
en una época muy paradójica, con picos desesperantes. En teoría
somos la sociedad más y mejor informada de la historia: nunca ha
habido tantos medios y formas de comunicación. Jamás tanta
información ha sido tan asequible. Y, sin embargo, la confusión es
inmensa. En consecuencia, las manipulaciones están a flor de piel.
El rigor está perdiendo a manos del populismo.
Por
ejemplo, lo que señalaba la semana pasada sobre nuestro huso
horario. Los caprichitos o el pánico a las depresiones otoñales
hacen que inventemos teorías que van contra la incuestionabilidad de
nuestra posición geográfica. Por eso, tocándonos la hora de
Londres, el histérico populismo horario quiere sacarnos de Berlín
para entregarnos al tempo moscovita.
También,
el tema de la violencia. Fluye por todas partes el lugar común de
que tenemos más violencia en las calles que nunca, cuando sucede
exactamente lo contrario. O lo de las zonas verdes, que pensamos
están de capa caída cuando los datos dicen que el bosque en
Baleares ha crecido en los últimos 60 años nada menos que un 57 %.
Pero
hay un tema, muy presente en los medios, en el que los datos reales
no se adaptan a ciertas percepciones mayoritarias en los medios de
comunicación. Me refiero a la violencia doméstica o de género. El
CGPJ acaba de publicar los datos al respecto del año 2015, y lo que
más llama la atención es cómo se contradicen a sí mismos.
Los
números del CGPJ indican que el año pasado 123.725 mujeres fueron
víctimas de la violencia doméstica. El problema es que esa
conclusión la obtienen sólo atendiendo a las denuncias (ese número
de mujeres interpuso una acusación contra su pareja) y no a las
condenas judiciales. Es realmente extraordinario que el máximo poder
judicial vulnere la presunción de inocencia y, en consecuencia,
¡pase olímpicamente de lo que digan los propios jueces! Porque no
tienen en cuenta sus sentencias de cara a dictaminar qué número de
mujeres es realmente víctima.
Porque
resulta que, de todas esas denuncias, sólo un 22 % acabó en condena
del acusado. El resto, nada menos que un 78 % (¡100.323 denuncias!),
fueron casos sobreseídos o que acabaron en absolución. ¿Por qué
ese detalle trascendente se oculta habitualmente? Ojo, no puede
decirse de ninguna manera que esas 100 mil sean denuncias falsas. Por
lógica, debe haber de todo. Maltratadores cuya culpabilidad no ha
podido ser demostrada. Maltratadas que no denuncian. Pero
probablemente también denuncias falsas, que en principio son sólo
el 0’4 %, pero, ¿el dato es realista sabiendo que se investigan
poco los indicios de este tipo de delito, por otra parte muy común
en otras esferas procesales?
PD: el populismo y la estupidez estructural de nuestro país van ganando la
batalla. Por ejemplo, con el populismo horario, personificado en ese tal
Miquel Pou, flautista de Hamelín que ha embaucado inverosímilmente al
personal, maestro Ciruela (ya saben, aquel que no sabe leer y pone
escuela) que nos ha endosado su mercancía averiada. Ayer un artículo
disparatadísimo de Urko Urbieta en Última Hora no daba pie con bola:
además de ofrecer un mapa erróneo de husos
horarios europeos, confundía la idea de la propuesta aprobada por el
Parlament (que no es regresar a Greenwich, señor Urbieta, sino tener la
hora de Moscú o Estambul), y para colmo no entendía que el horario
'artificial' introducido por la UE en los 70 por aquello del ahorro
energético es el de verano, no el de invierno (error que, dicho sea de
paso, está cometiendo casi todo el mundo). Alexander Cortés en el Diario
de Mallorca escribía al menos un artículo más serio sobre el tema (sí
era estupefaciente el comentario de Xavier Peris, un delirio asombroso),
aunque incluyendo algún error de bulto: si tuviéramos la hora que pide
nuestro triste Parlament, no amanecería pasadas las 8 de la mañana, sino
a las 9 y pico.
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)