(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Si
populismo o postverdad han saltado mediáticamente a la palestra
durante el finiquitado 2016, lleva más tiempo acompañándonos la
grasienta histeria. El alarmismo desinformador de políticos y medios
de comunicación, para los cuales cualquier tema exige ser tuneado y
caldeado a la mayor temperatura posible antes de endilgárselo a la
ciudadanía como un petardo a punto de estallar. Los segundos, para
subir audiencia; los primeros, para amedrentar a la sociedad a fin de
encauzarla por donde considere conveniente.
Se
tiende a la exageración negativa, al cultivo de psicosis
artificiales. Esta semana a cuenta de las medidas de Carmena por la
contaminación atmosférica, pero cada día nos desayunamos con un
batallón de plagas de Egipto que supuestamente nos liquidarán ipso
facto: que si fumamos demasiado, que cada día comemos peor, que
si el apogeo de la contaminación o que no hacemos ejercicio. Pánico.
Pero
luego resulta, cuando uno se detiene en los datos y no en las
percepciones capciosas, que cada año tenemos una mayor esperanza de
vida, 83 de media en España. Hay muchos otros registros que pueden
consultarse en el indispensable artículo Las paradojas del progreso: datos para el optimismo de Kiko Llaneras y Nacho
Carretero, que evidencia contra el infinito y apocalíptico clamor de
demagogos, cizañeros y diletantes que no vivimos en el peor de los
mundos posibles.
Como
las cifras son mejores de lo que pretenden nuestros Jeremías, el
gesto automático consiste en bajar el listón baremador,
considerando como contaminación, pobreza o mala salud lo que ayer no
lo era. Por ejemplo, poniendo la carne roja al mismo nivel del
plutonio, y en paz.
La
principal ventaja de cultivar psicosis adulteradas consiste en
desterrar cualquier tipo de planteamiento racional y sosegado para
entregarlo todo a la emotividad bulliciosa y a la caprichosa
psicología de hidalgos que nos sigue caracterizando. A partir de
aquí, dirigir paternalmente al ciudadano como si estuviera en una
guardería e imponer medidas aparatosas y cuestionables que en una
situación de calma social muy pocos secundarían. También, claro,
definir y señalar a un enemigo determinado, al que se debe combatir
(si es posible, suprimir) cuanto antes. Porque
en la raíz de inventarse problemas o exagerarlos anida el
antagonismo, la necesidad de seguir odiando para tonificar
una identidad que flaquea
en situaciones de incertidumbre.
En
definitiva, en esta paranoica
obsesión con la salud en la época de mejor salud de la historia
estamos ante la arraigada pulsión de conducir lo que debería ser
higiénicamente cívico hacia algo más ideológico y partidista. El
problema para los cultivadores de histeria es que las cosechas de
este mejunje tan volátil no suelen ser las que uno calcula de
inicio.
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