lunes, 2 de enero de 2017

LA ERA HISTÉRICA


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Si populismo o postverdad han saltado mediáticamente a la palestra durante el finiquitado 2016, lleva más tiempo acompañándonos la grasienta histeria. El alarmismo desinformador de políticos y medios de comunicación, para los cuales cualquier tema exige ser tuneado y caldeado a la mayor temperatura posible antes de endilgárselo a la ciudadanía como un petardo a punto de estallar. Los segundos, para subir audiencia; los primeros, para amedrentar a la sociedad a fin de encauzarla por donde considere conveniente.
Se tiende a la exageración negativa, al cultivo de psicosis artificiales. Esta semana a cuenta de las medidas de Carmena por la contaminación atmosférica, pero cada día nos desayunamos con un batallón de plagas de Egipto que supuestamente nos liquidarán ipso facto: que si fumamos demasiado, que cada día comemos peor, que si el apogeo de la contaminación o que no hacemos ejercicio. Pánico.
Pero luego resulta, cuando uno se detiene en los datos y no en las percepciones capciosas, que cada año tenemos una mayor esperanza de vida, 83 de media en España. Hay muchos otros registros que pueden consultarse en el indispensable artículo Las paradojas del progreso: datos para el optimismo de Kiko Llaneras y Nacho Carretero, que evidencia contra el infinito y apocalíptico clamor de demagogos, cizañeros y diletantes que no vivimos en el peor de los mundos posibles.
Como las cifras son mejores de lo que pretenden nuestros Jeremías, el gesto automático consiste en bajar el listón baremador, considerando como contaminación, pobreza o mala salud lo que ayer no lo era. Por ejemplo, poniendo la carne roja al mismo nivel del plutonio, y en paz.
La principal ventaja de cultivar psicosis adulteradas consiste en desterrar cualquier tipo de planteamiento racional y sosegado para entregarlo todo a la emotividad bulliciosa y a la caprichosa psicología de hidalgos que nos sigue caracterizando. A partir de aquí, dirigir paternalmente al ciudadano como si estuviera en una guardería e imponer medidas aparatosas y cuestionables que en una situación de calma social muy pocos secundarían. También, claro, definir y señalar a un enemigo determinado, al que se debe combatir (si es posible, suprimir) cuanto antes. Porque en la raíz de inventarse problemas o exagerarlos anida el antagonismo, la necesidad de seguir odiando para tonificar una identidad que flaquea en situaciones de incertidumbre.
En definitiva, en esta paranoica obsesión con la salud en la época de mejor salud de la historia estamos ante la arraigada pulsión de conducir lo que debería ser higiénicamente cívico hacia algo más ideológico y partidista. El problema para los cultivadores de histeria es que las cosechas de este mejunje tan volátil no suelen ser las que uno calcula de inicio.

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