lunes, 17 de abril de 2017

DIARIO DE PASCUA


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares. Aquí está completa, en papel ha salido cortado el domingo)

Martes. Detenidos dos catedráticos de la UIB ya saben por qué. Me pasma que delante de nuestras narices nos vayan colando milongas y delitos uno tras otro (caso Nadia, negocios de Cursach, este medicamento) sin que nadie con responsabilidad tome medidas hasta que ya es tarde, y luego en cambio nos entreguemos a burbujas de histeria como la del aceite de palma, el panga o la carne roja. También se ha alertado mucho sobre los funestos peligros de las antenas de telefonía, pero se acaba de publicar un riguroso informe que tumba esos pavores, aunque nuestros medios no le hayan hecho apenas caso. La pauta se mantiene: paranoia con asuntos inanes, dejadez ante problemas graves.
Miércoles. A falta del Oficio de Tinieblas, relegado incomprensiblemente por la liturgia católica, regreso al paraíso de las carnes, El Ceibo de Santa Ponça, para celebrar el aniversario de un gran amigo. El espíritu de la carne. De los licores y los habanos. Así sea.
Jueves. Paseo por las entrañas de mi barrio, La Soledad. Distrito sur. Anochece. A la altura de la fábrica Ribas, registro estampas de varios rincones espectralmente sugerentes. Suponía que estaba solo, aunque desde un coche parado y sigiloso, del que refulgían significativas señales de violencia latente, me interpelan en plan matón de Scorsese. Como no me atrae demasiado la idea del martirologio, y tras un intento baldío de enfriar la amenaza, escapo por piernas. Lo que tuvo su estimable cuota de milagro, dado que mi maltrecha pata diestra debería dificultarme emular a Usain Bolt.
Viernes. Las visitas al tanatorio suelen tener un coste. No para mí. ¿Cómo explicar que allí me encuentro como en casa, con una comodidad inaudita, y no caerme encima la camisa de fuerza? Suena en la ida That’s life de Sinatra y en la vuelta El novio de la muerte en versión de Javier Álvarez.
Las avalanchas de la Madrugá. Como hace 17 años, la ficción, en este caso la novela Nadie conoce a nadie de Juan Bonilla, irrumpe en nuestras coordenadas espacio-temporales. Lo preocupante es que el pujante grado de psicopatía social se vaya manifestando de manera cada vez más irresponsable.
Sábado. Hace dos años que no visitaba la iglesia ortodoxa de Palma la noche de resurrección. Aunque mantengo erguido mi agnosticismo, no dejo de apreciar el depurado sentido del ritual que practican en esta variada comunidad de rusos, ucranianos, serbios, rumanos y búlgaros. ¡Gospodi pomilui!
Domingo. En Pascua musicalmente combino los coros ortodoxos, sobre todo serbios (salmo 135), con sonidos más tétricos como el Ach Golgotha de Current 93 o el Caller of spirits de Blood of the black owl. Todo sea por mantener la bipolaridad con buena musculatura.

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