lunes, 31 de julio de 2017

GOVERN FRANKENSTEIN


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Mi muro de Facebook es bastante transversal, y pocas veces se alcanza un consenso como el de estas semanas: Palma está llena de mierda. Pero no se alteren, podemos dormir tranquilos: ¡Cort declaró a Trump persona non grata! Todo el proceder político gubernamental sigue esta pauta inefable, como la Ley Turística, que nació ya como un aborto legal. Es el protocolo mortuorio de este Club de la Conga que, en los ratos libres de tanto selfie propagandístico y expedientes mordaza, se dedica a jugar a la política con un impagable talento meningítico. Ahí está el caos del turismo vacacional, la confusión del Trenc con Kenia o la moratoria de grandes espacios comerciales que acaban de tumbar los jueces, esos extraños seres que parecen molestar tanto a nuestros líderes. Sin ir más lejos, véase el asunto del no-monolito de sa Feixina o mi multa de 3.000 euros, que será decidida lejos de las neutrales y garantistas manos de esos togados que huelen a sospecha, ¿o es que alguien los ha visto jalear al Pacte, eh?
Hay que entretener al millón de rehenes-contribuyentes del Govern. Ahora que la diputada Seijas ya no puede pernoctar en el Parlament y que al podemita Aguilera le han restringido emular a los clubbers de Pachá desde la tribuna de las Cariátides, toca ‘poner en valor’ (no ahorremos clichés cuando hablamos de nuestros gobernantes) una perspicacia para legislar que haría las delicias del mítico capitán Schettino, el del crucero naufragado Costa Concordia.
El jueves me acerqué al gubernativo territorio Frankenstein para discrepar del modus operandi de este “miniestado” bananero consagrado a extirpar la libertad de expresión y suplantar a los jueces. Tocaba entregar mis alegaciones en la sede de la Conselleria de Presidència, la que me ha abierto el expediente inquisitorial. Poco habituado a frecuentar tales aposentos, me equivoqué de recinto y llegué primero al Consolat de Mar, donde esperé para registrar la escena a Jordi Avellà, fotógrafo de este periódico y persona mucho más sensata que quien esto escribe.
Ante mi idea de aparecer junto a los dos históricos cañones de la entrada, Jordi desaconsejó mi ocurrencia, no fuera que se nos acusara de falocentrismo. ¡Dios mío, apología de la falocracia heteropatriarcal en los mismísimos dominios de Francina von Fronkonstin! Tampoco era cuestión de que se tomara la socarrona estampa como profanación de un BIC o, peor aún, una declaración de guerra simulando bombardear la sede de este Govern tan ocurrente como susceptible. Mi autocensura icónica no es gratuita, pues estamos hablando de unos gobernantes que han convertido una evidente ironía mía en toda una acusación de prevaricación al concejal de Movilidad. Poca broma con la Cofradía Literalista Autoritaria.

lunes, 24 de julio de 2017

SEGUNDA EPÍSTOLA DE FRANCINA A LOS BALEARENSES


(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Queridos hermanos, bienaventurados seáis. Os habla Francina, vuestra amada lideresa. He tenido una revelación. El sábado fue el Congressus Maximum de mi iglesia, los Apóstoles del Noísmo, y puedo anunciaros urbi et orbi que he salido reforzada en mi liderazgo carismático. Todo fue una plétora de palmas y loas ditirámbicas. He obtenido nada menos que el 98 % de apoyo… contra ningún postulante, y es que hay ocasiones mayestáticas en que sólo se combate contra una misma. Es cierto que cuando tengo rivales de otros credos el castigo es severo, ¿pero no dice nuestro Mesías que “los últimos serán los primeros, sobre todo si son los nuestros” (Pedro 4, 11)? Sin duda nuestro príncipe del aire y rico en misericordia a veces nos confunde, pero siempre nos ilumina, como anteayer: “Fuera de la ley no hay nada, pero con la ley no basta” (Pedro 14, 3). Ciertamente la razón es el pecado original, y por eso el espíritu sopla donde quiere.
Últimamente el prócer local Noguerus, que de carisma va sobrado porque en sus comicios no fue ni siquiera segundo sino tercero, ¡quién pillara tan altas bajas cotas!, está intentando hacerme sombra con sus epístolas de corto alcance. Sed fuertes, no cedáis a sus insidiosos arrumacos. ¿Qué sabrá él de lo que es tocar fondo, como yo en los comicios de 2015, con el peor registro de mi cofradía en 32 años? Tampoco saben nada Jarabus o Barcelonis. No están a mi egregia altura, y por eso serán neutralizados por la eclosión de mi sublime martirologio en 2019.
Debemos trabajar por el bien ciudadano: derribando la Faixina, destruyendo la igualdad fiscal (Régimen Especial) y decidiendo unilateralmente. No os quepa duda de que en el ágora de Balearis tenemos plena parresía, es decir, libertad máxima para expresar lo que se quiera. Eso es así, descuidad, porque ya me encargaré yo de expedientar a quien diga lo contrario.
Alejaos de las asechanzas de Lucifer y los saduceos de Orbis, hijos de la ira. Confiad en las plegarias redentoras de nuestro amado líder: “Las naciones brotarán de vuestra alma como soplo divino” (Pedro 9, 2). Si dejamos que Orbis y su sicofante Horrachus se salgan con la suya, será el llanto y el crujir de dientes, y se abrirán los siete sellos del apocalipsis. Hay que arremangarse en la tarea purificadora que os marco, y si en la defensa de nuestros valores sois tibios, ni fríos ni calientes, os vomitaré de mi boca. Dejaos guiar por mi mano clarividente y así la dicha será eterna y colmará a generación tras generación.
En nombre del Pacte, de la Coherencia y de la Verdadera Siniestra, amén. Podéis ir en paz.

domingo, 23 de julio de 2017

LA SANCIÓN AL CIUDADANO HORRACH



      

JOSU DE MIGUEL BÁRCENA
Profesor de derecho constitucional
Universidad Autónoma de Barcelona


A Juan A. Horrach, columnista de El Mundo edición Baleares, le conocí por casualidad a través de las redes sociales. Desde entonces sigo semanalmente sus disecciones, espacio donde filosofa y aborda de forma incisiva la actualidad política de las Islas. Anda metido ahora en serios problemas por una columna, titulada “Salvadores de almas”, escrita en septiembre del año pasado. En dicha pieza, criticaba la labor política de un concejal socialista de Palma de Mallorca, haciendo unas apreciaciones seguramente innecesarias sobre su sexualidad y un presunto maltrato sufrido en edad escolar.
Así las cosas, al entender que pudo existir una vulneración del derecho al honor y a la intimidad, el regidor recurrió a los tribunales y demandó por lo civil a Horrach exigiéndole una compensación por daños morales de 12.000 €. Se mire por donde se mire, es una suerte que sea un juez quien tenga que decidir si ha habido una extralimitación de la libertad de expresión o del derecho a la información: podrá ponderar con criterio técnico si el afectado es una persona pública, si su conducta previa puede determinar una bajada de las barreras de la privacidad o si se está ante hechos noticiables cuyo uso se justifique por el contexto crítico o mordaz del artículo del demandado.
Sin embargo, como hemos dicho, para Horrach las dificultades no han hecho más que empezar. El motivo es que el Gobierno de Baleares le ha abierto también un expediente administrativo, susceptible de acabar con una sanción de hasta 3.000 €, en aplicación de la Ley autonómica que garantiza los derechos de las personas que integran el colectivo LGTBI. Sorprende que se haya incoado dicho expediente, por dos motivos: el primero, que se considere que las expresiones realizadas tengan carácter discriminador u homófobo, cuando es lo cierto que el propio autor revela la propia crueldad de las prácticas en la infancia, disculpándose por no haber hecho nada por evitarlas. El segundo, porque el poder público debe guiarse por el principio de intervención mínima en materia de derechos fundamentales, más cuando se trata de derechos vinculados con la creación de una opinión pública que sirve a los ciudadanos para ejercer su soberanía.
Así las cosas, una propuesta de sanción administrativa, una posible responsabilidad civil pecuniaria y el estigma añadido de tener un comportamiento homófobo. En la teoría de los derechos fundamentales, suele apuntarse que los poderes públicos deben propiciar un contexto institucional favorable para su ejercicio. Si no es así, se puede crear el “efecto desaliento”. No me cabe duda de que el caso Horrach es un ejemplo palmario de efecto desaliento: columnista incómodo que puede quedar fuera de la circulación como consecuencia de una administración que hace un uso desproporcionado de sus facultades sancionadoras. Pero bien pensado, el problema es anterior a la falta de intervención mínima antes apuntada: tenemos legisladores autonómicos (cuando no ayuntamientos) que regulan y limitan la libertad de expresión, mediante la previsión de ilícitos administrativos a los que casi nadie ha prestado la atención merecida.
Que el art. 81 CE se ha convertido en una especie de antigualla constitucional pocos lo dudan. En él se señala que los derechos fundamentales de la ciudadanía común tienen que ser desarrollados por ley orgánica de las Cortes Generales. Obviando esta regla, y acudiendo al artificio de que las condiciones de ejercicio de los derechos no son lo mismo que los límites, diferentes Comunidades Autónomas han ido legislando, por el clásico efecto emulación, leyes antidiscriminatorias con el propósito constitucional de garantizar los derechos de las personas pertenecientes al colectivo LGTBI. Galicia por ejemplo la tiene, pero no ha previsto un título sancionador. Otras Comunidades, como Cataluña, Madrid, Extremadura, Navarra y obviamente Baleares, prevén leyes que consideran ilícitas las “expresiones vejatorias, de una forma intencionada y por cualquier medio, contra las personas o sus familias, a causa de la orientación sexual, la identidad de género o la expresión de género”. En Valencia y Murcia han ido más lejos, pues el control administrativo de esas expresiones se extiende a “discursos, intervenciones públicas y redes sociales”.
Lo diré lo más claro posible: creo que la administración no debe controlar la libertad de expresión. Tanto si lo permite el legislador autonómico, en el contexto del loable derecho antidiscriminatorio que acabamos de aludir, como si lo hacen las Cortes Generales en su búsqueda de un nuevo concepto de seguridad ciudadana (Ley mordaza). Parece que el Leviatán de proximidad que estamos creando no entiende de ideologías. Mi oposición se apoya en la idea de que como las libertades comunicativas del art. 20 CE garantizan la existencia de una opinión pública libre, condición previa y necesaria para el ejercicio de otros derechos vitales para el funcionamiento de un sistema democrático, aquellas deben contar con un amplio espacio, es decir, un ámbito exento de coacción lo suficientemente generoso como para que pueda desenvolverse sin angosturas, sin timidez y sin temor. No son palabras mías, son palabras del Tribunal Constitucional en su ya lejana sentencia 101/2003.
Es por ello necesario reivindicar que los jueces y tribunales, en virtud del art. 117 CE, sigan manteniendo el monopolio de la resolución de los conflictos que vayan surgiendo alrededor de la libertad de expresión y el derecho a la información. Es cuestión de especialización técnica (¿está preparada la administración para ponderar bienes jurídicos en competencia?), de garantías procesales de los afectados y, sobre todo, de independencia. La independencia del que va a decidir si una opinión ha traspasado los límites de lo tolerable, permite asegurar que dicha decisión no tendrá otras motivaciones que las estrictamente jurídicas. Me temo que solo la prudencia constitucional puede evitar una sanción al ciudadano Horrach: porque ni siquiera las buenas intenciones pueden realizarse a expensas de la letra y el espíritu de la Norma Fundamental.

lunes, 17 de julio de 2017

LA LEY DEL EMBUDO


 (disección publicada hoy en El Mundo- El Día de Baleares)

Pocas veces se ha penalizado tanto una nimiedad. Me refiero a las consecuencias que me está acarreando la disección Salvadores de almas, publicada en septiembre: la pérdida de un trabajo, una demanda del concejal Joan Ferrer por 12.000 euros y ahora un expediente del Govern que plantea una multa de 3.000. No sólo es una cacería contra mí sino también un retroceso de la libertad de expresión general.
Tanto la demanda como el expediente se basan en una falacia flagrante: se afirma que yo desvelé algo privado, cuando eso claramente no es así. La fidelidad a los hechos nunca ha sido el fuerte de ninguna secta. La objetividad les repele, porque es un dique a su pulsión supremacista. No sólo me acusan de la supuesta revelación y de homofobia sino también de apología del bullying, e incluso, apoteosis de la embriaguez, transforman una coña ¡en toda una acusación de prevaricación a Ferrer! Si estos sanchistas no saben qué es una nación, ¿cómo van a captar las ironías?
¿Es casualidad que el expediente haya tardado 10 meses en elaborarse y me lo entreguen justo después del Orgullo LGTB? Esto es lo peor: de la forma más lamentable, el PSIB está vampirizando una causa noble para utilizarla como artillería contra sus bestias negras. No creen en nada, sólo en mantenerse en el poder al precio que sea, utilizando todo lo que tengan a mano. A la vista está: se puede pontificar sobre feminismo, censurar el más mínimo gesto supuestamente machista, y luego (Aligi, esto va por ti) bendecir que en una mezquita las mujeres queden relegadas al fondo, lejos de Dios, impuras. Los veréis defendiendo arrebatados la libertad de expresión, apoyando a Valtonyc, reprobando la llamada “ley mordaza”… pero a la vez exigiendo que por algo manipulado me liquiden socialmente. A lo peor el expediente trata de subsanar un problema garantista, ya saben, esos detalles del aguafiestas Estado de Derecho: una demanda la arbitra objetivamente un juez, alguien neutral, que sabe de impartir justicia. Visto así, mejor abrir otra vía, más festivamente arbitraria en la medida que sentencian los mismos políticos, ¡chapeau!, en base a sus sesgos menos confesables.
Porque, en el colmo de la desfachatez, ninguna de estas almas pías ha dicho una palabra sobre un caso muchísimo peor: el de Marisol Ramírez y su diatriba contra un catedrático de la UIB. ¿Qué, cómo, dónde? Nada. Silencio, circulen. Todavía hay clases. ¿Para qué sirven las leyes si no podemos aplicárselas a quien nos salga de la entrepierna? Marisol, puedes ir en paz. Horrach, bonito, ven aquí: ¿Tú sabes lo que es el dolor? Se abre la veda. Todos a cubierto, el Govern ha llegado al pueblo.

lunes, 10 de julio de 2017

CENTINELAS DEL FUEGO


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Los grandes novelistas no sólo retratan su época sino que captan las anunciadoras huellas de incipientes patologías, cartografiando su factible contagio generalizado. Muchas veces se puede entender mejor algo con el talento novelístico que con un ensayo, por aquel retrato vivencial que no pierde necesariamente rigor conceptual. En un mundo en que el nuevo batallón de clérigos de la moral avanza, de forma trágica, a base de vampirizar las causas más nobles, el mundo de habla inglesa nos lleva ventaja, y eso debería permitirnos conocer a tiempo por donde llegan los tiros.
Desgracia del Nobel J.M. Coetzee desplegó ya en 1999 el alcance corrosivo de los pliegues del buenismo. En una simbiosis de pensamiento e historia y con una escritura que es un bisturí de precisión, analiza en la primera parte el arraigado puritanismo que azota las universidades anglosajonas, a través del caso de un profesor de poesía Romántica inglesa en Ciudad del Cabo, David Lurie, que se acuesta con una alumna tras perder de vista a una prostituta árabe a la que frecuentaba tras su segundo divorcio. Estamos en la Sudáfrica post-Apartheid. Su relación con la chica, que es mestiza, genera un escándalo, pero es por un error administrativo relacionado que acaba perdiendo su trabajo. En gran parte es derrotado por la hybris, y tras su caída en desgracia se refugia en casa de su hija Lucy, en la Sudáfrica profunda, donde no rigen las mismas normas de la vida académica. Si en ambas esferas sigue latente un espíritu hobbesiano de persecución del prójimo, en la zona donde ahora se instala el nivel de explicitud es mucho mayor, llegando a alcanzar cotas insoportables de barbarie. Pasamos así, sin apeaderos intermedios, del hipócrita buenismo al malismo categórico: ambos mortíferos.

Un año después llegó La mancha humana de Philip Roth, el genio de Newark al que el Nobel se le queda corto. De nuevo aparece el puritanismo académico, teóricamente progresista, al que Roth despanzurra con enorme habilidad. En el contexto del histérico impeachment que padeció Bill Clinton por el caso Lewinsky, el catedrático Coleman Silk, ex-decano judío de una universidad de Nueva Inglaterra, es absurdamente acusado de racismo por algunos de sus alumnos. Esta auténtica caza de brujas lo obliga a prejubilarse y a ser perseguido por una joven colega bastante retorcida, maestra de la moderna neolengua inquisitorial. Si más adelante surge un elemento clave para entender el nulo racismo de Silk, en el proceso de autoanálisis que lleva a cabo para defender su honorabilidad intima con una arisca mujer, divorciada y analfabeta, y se relaciona con Nathan Zuckerman, alter ego de Roth, famoso novelista que es el espectador y penetrante narrador de esta historia premonitoria.

lunes, 3 de julio de 2017

DECÁLOGO DEL BUEN CIUDADANO


 (disección publicada en El Mundo-El Día de Baleares)

Vivimos tiempos de gran confusión y falta de confianza. La decencia moral se está poniendo muy cuesta arriba y no todos los llamados son los elegidos. Pero no pasen pena, porque me acaba de llegar una infalible receta para el éxito gracias a la cual podrán salir a la calle con la cabeza muy alta.

1. Debe ser usted vegetariano, abstemio y animalista. Vale que un tal Adolf Hitler cumplía con todos estos requisitos, pero es que los caminos de la pureza son inescrutables.
2. Hable mucho de paraísos fiscales, antros de perversidad. Nunca de los infiernos fiscales.
3. Recuerde lo muy ultras que son los ultraliberales, pero olvídese de los ultrasocialistas.
4. En cuatro décadas se ha doblado la población balear, y a saber si lo del célebre colapso nos viene en parte por un exceso de residentes. Pero no patinemos por ahí, no sea que alguno critique la inmigración, tabú donde los haya. No se agobie, hay solución a la querencia de culpar al de fuera sin caer en el anatema: linchemos a los turistas. Mejor no analice racionalmente determinadas pegas del turismo y láncese en tromba a la tan gratificante satanización de esa masa de extraños, que además están forrados. Culpémoslos de todos los males, incluidos sus quintacolumnistas autóctonos, los hoteleros. Grite, gesticule, escupa si es preciso.
5. Manuel Aguilera hablaba la semana pasada de los bombardeos republicanos de Palma en la Guerra Civil: 150 muertos. Pero Manuel es un depravado y queda automáticamente excluido del Valhalla de la dignidad. Así que olvídese de este desagradable tema.
6. Abónese a lo simbólico (semáforos trans, Trump persona non grata en Palma), muy adecuado para la trinchera contra los infieles, pero no consienta medidas prácticas (los millones de Amancio Ortega contra el cáncer), pues la cháchara ineficaz siempre es más apta para el purificador combate final.
7. Manifiéstese incondicionalmente a favor del aborto, y aproveche esa misma vehemencia para despotricar contra la gestación subrogada. Da igual si es contradictorio, nadie es perfecto.
8. No celebre los 20 años de la liberación de Ortega Lara, un amargado sin carisma. Mejor abrácese con La Tigresa, una persona con un emocionante don de gentes, a su salida de la cárcel.
9. Condene cualquier porrazo de un Policía Nacional a un manifestante, pero ni caso a los tiroteados por la policía venezolana. Algo habrán hecho.
10. Apoye sin fisuras la libertad de expresión. Salvo que quiera aprovecharse de ella algún malnacido que confía en ideas equivocadas.
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