jueves, 31 de agosto de 2017

HUMOR A QUEMARROPA


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Sigue la sintonía de nuestro Pacte con Cataluña, pues es una pauta de los tres partidos que lo apoyan mirar siempre con esotérica admiración lo que se cuece por allí. Tras el disparate del sábado, contemplado con asombro por todo el mundo mundial, llega el humor salvaje: el texto de esa especie de preconstitución catalana. Es tan descacharrante de principio a fin que me ha permitido, ¡ya era hora!, dar con la clave de su estrategia, diabólicamente efectiva: quieren matarnos a todos, pero mediante letales ataques de risa, como ese gag de los Monty Python en que un chiste escrito fulminaba ipso facto a cualquiera que lo leyera, y que es utilizado con mucha habilidad para ganar la II Guerra Mundial. Lo más cachondo es que, en caso de independizarse, Cataluña sería indivisible. Sí, sí, lo que leen: ni derecho a decidir ni gaitas para aquellas regiones que no estén cómodas en el nuevo marco. Hoy sí, mañana no. El panorama del ataque a base de risotadas tóxicas comienza a ser devastador: mandíbulas descoyuntadas, pulmones sin aire, riada lacrimal, dolor de pecho, cabellera arrancada.
El bombardeo humorístico, como digo, ha crecido tanto que ha conseguido atravesar el Mediterráneo y anegar nuestras instituciones, dirigidas en su mayoría por auténticos hachas del esparcimiento jocoso que acostumbran a ejercer en el Cariatides Comedy Club, pero también hacen sus pinitos en las tarimas del Cort’s Theatre o el Masquerade Consell. Pero entonces llegan los jueces, esos carcas aguafiestas, y los repescan del recreo. Mecidas al ritmo de la conga, sus estelares leyes se están viniendo abajo, a la espera de que sigan esta dinámica desplomante las del alquiler vacacional y los toros ‘a la balear’. Todo tiene el sello de las obras de Calatrava o sigue el libro de estilo del capitán Schettino, experto en naufragios con categoría.
En el caso de la paralización del derrumbe del mal llamado monolito (recordemos que no es de una sola pieza) de Sa Feixina, el magistrado dice que las alegaciones de Cort no justifican la urgencia del derribo, pues se han decantado por demonizar a ARCA, dejando en evidencia unos modos muy asentados en el Pacte: pocos o ningún argumento racional y todo el peso en la diatriba contra el discrepante. Pero hay que seguir tronchándose, no sean cenizos. Habrán visto esa fotografía de Noguera con Trapero Varufucker, en la que nuestro estelar alcalde, con una sonrisa digna de causa groupie, parece querer fichar al jefe de los Mossos para el posible cuerpo policial balear que lanzó a los medios su compañero de filas Cantinflas Abril, ese Cos de Guaita cuyo nombre supone un cruce entre voyeur y la Stasi, la verdad.

lunes, 28 de agosto de 2017

EL OASIS IMPLOSIONA


Es difícil tocar más fondo. En ningún país se ha reaccionado como en España a un atentado islamista. Pasó en 2004 y ahora se ha perfeccionado el mecanismo cainita hasta llegar a su clímax: todo sirve para la guerra interna. Son muchos sexenios de experiencia. El sábado descolló notoriamente la exhibición de fanatismo incívico, un completo y profundo master del energumenismo, impartido por organizaciones y partidos como la ANC (¡a la que se concedió el servicio de orden de la manifestación!), la CUP o ERC. Lo nunca visto tras unos crímenes yihadistas: olvidarse de los muertos y aprovechar la coyuntura para las batallitas endógenas. Una anomalía, el verdadero ‘hecho diferencial’. No pasó en Francia, pues ni siquiera LePen se atrevió a tanto. Tampoco en Reino Unido, Alemania o Bélgica. Aquí sí, y promocionado por los que, planeando desvincularse de los rasgos de la ‘leyenda negra’, son su expresión más fiel.
Se veía venir, llevábamos días tiritando en el coma ético de inventarnos que un paparazzo holandés representa a la “Brunete mediática madrileña”, que los Mossos son mejores que los Marines y el Mossad juntos o, en el súmmum de la indecencia, que Rajoy sabía del atentado pero no quiso informar a Puigdemont, basura que expelió Público el viernes, la posverdad más sonrojante en mucho tiempo. Todo eso humillando a unas víctimas, seres siempre entristecedores, ya del todo relegadas en favor de sus vigorizantes asesinos: apenas se ha hablado de Rubí, el pueblo de la mayoría de los liquidados, en beneficio de Ripoll, nido de la célula de psicópatas. En un paso más de la desviación del foco, ni del EI se dijo nada: cansa mucho esto de odiar a España como para que sobre algo de rabia contra los islamistas. Pero, claro, ¿para qué?, si ya los hemos derrotado, sepultando en las redes al hijo de la Tomasa bajo toneladas de memes. Como recordaba Arias Maldonado el sábado, hasta el terrorismo ya ha sido fagocitado como una rama más del entretenimiento. Claro que hay desconexión, pero de la realidad.
Cuando alguien saque pecho histriónicamente de algo, huyan. Es por su bien. Cómo presumían los de Noos de organización “sin ánimo de lucro” (más bien, sinónimo), la fiera se disfraza de damisela cuando huele la sangre. Pero aún peor ha sido la matraca del seny en el “oasis catalán”, que ya sabemos bien en qué consistía: todos los defectos del resto de España, y no son pocos, más algunos extras marca de la casa. Lapidaron a Peridis, pero porque su gag fue un diagnóstico preciso. Tranquilos, en unas semanas la colla se superará. Nada está por encima del Prusés. El EI morirá, pero de la risa.

(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

viernes, 25 de agosto de 2017

HACIA EL COMA ÉTICO


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Ni el verano es lo que era, el mundo se reinventa al margen de ciclos conocidos. Un año sin apenas balconing es otra cosa, pero no un verano como el que ya teníamos asimilado. Incluso a nivel informativo parece que este agosto se agotaron las ‘serpientes veraniegas’ para dejar paso a noticias relevantes en serie, cuya colofón de gravedad han sido los atentados de Cataluña. Pero como todo tiene su contrapeso, mucho menos solemnes son las peticiones de la panda cachonda de Més, con el insigne Abril al frente, de importar a Baleares la “ejemplaridad” de los Mossos. A lo dicho en esta sección el pasado lunes sumen el aviso (informal, pero aviso) desde Bélgica sobre el imam salafista, o la desestimada alerta de la jueza de Amposta sobre la hipótesis terrorista de las bombonas de Alcanar. Eso sí, sería capaz de poner dinero, si no me lo quita antes nuestro Govern con su expediente, para fichar al ex-legionario de Cambrils, único episodio realmente envidiable de todo este asunto. Pero si algo queda claro del ejemplo catalán es que multiplicar el gasto público en ese sector no mejora necesariamente la efectividad policial. Con lo que costó en su momento coordinar a Guardia Civil y Policía Nacional, la proliferación de cuerpos de seguridad no parece la solución ideal.
Y del humor pesemero al pasmo deprimente. Me refiero a la experiencia alucinógena, incluso diría que cercana a la catatonia, que está suponiendo asistir a la beatificación no ya de la comunidad musulmana sino de ¡los mismísimos terroristas! Pobres chavales, ¿no?, sin duda son más víctimas que nadie. No se sabe de qué, pero al fin y al cabo tan víctimas que estamos a dos minutos de dedicarles grafitis en las calles, como se hace en Palestina con los shahids. No soy el único al borde del coma ético, pues algunos se han preguntado en redes sociales por qué estas grotescas maniobras exculpatorias no alcanzan, sin ir más lejos, al supremacista blanco de Charlottesville, otro chaval incomprendido. Pero seamos compasivos: total, los tiernos angelitos sólo querían hacer pedacitos a centenares de personas en Barcelona…
El experto francés en islamismo Gilles Kepel recordaba hace poco que los yihadistas pretenden influir en la política europea. Atacaron Francia durante dos años seguramente para propiciar la victoria de Le Pen, con su consecuente choque civilizatorio, pero tras arrasar Macron han aflojado ahí para apuntar más al sur. Si lo de Cataluña ha tenido esa intencionalidad de perjudicar el curso político, de por sí bastante desmadrado, ya nos podemos preparar para una ofensiva continuada. Sobre todo después del video del Estado Islámico convocando a España a una guerra “hasta el fin del mundo”.

lunes, 21 de agosto de 2017

LA MADRE DE SATÁN


Es un milagro que en 13 años no se hayan producido atentados islamistas en España, porque intentos desde luego ha habido, pero las fuerzas de seguridad han sido muy eficientes: unos 650 detenidos y 172 operaciones. Y podría haber sido mucho peor, porque la célula ripollesa dirigida por el imam salafista Essati quería hacer explotar tres furgonetas con 106 bombonas de butano y “la madre de Satán”, un explosivo muy querido por el EI, para atacar la Sagrada Familia, pero la torpeza de los terroristas generó la explosión de Alcanar y el lanzamiento horas después de un rebajado plan B. Por tanto, hemos esquivado la catástrofe absoluta por dicha impericia yihadista, no por unos apresuradamente canonizados Mossos d’Esquadra cuya labor, salvo la actuación individual del ex-legionario que se cargó a cuatro terroristas en Cambrils, deja serias dudas: el chalet okupado de Alcanar no detectado; la explosión que no relacionaron con terrorismo ni informaron a Guardia Civil o Policía Nacional; el caso de los bolardos que, junto a Colau, se negaron a instalar, pero que funcionan en Europa tras el atentado de Berlín; sigue libre el asesino de los 13 viandantes en las Ramblas, y casi seguro del conductor acuchillado, que escapó fácilmente del escenario del crimen y burló la Operación Jaula; o las declaraciones de Trapero, jefe del cuerpo, afirmando dos horas antes de Cambrils que no se esperaban más ataques. Su tarea no es nada fácil, pero hay que ser rigurosos y no seguir la estela embaucadora del Procés.
Mecidos en nuestra confortable pero crispada burbuja, sacudidadas como las del jueves en Barcelona y Cambrils ponen las cosas en su lugar. O deberían hacerlo, porque ya vemos con el paso de los días que no es así, sobre todo en el manicomio de las redes sociales. La ventaja es que, cual espejo diáfano, cada cual va quedando retratado en sus sesgos y demencias, que se ven incluso agravadas tras los asesinatos. Algunos no sólo no regresan al fiable suelo, sino que hinchan más su alucinación.
Sin olvidarnos de la absurda polémica sobre si procede mostrar imágenes duras de los hechos. Para mí, sin ser periodista stricto sensu, prima siempre el derecho a la información de sucesos tan relevantes como éste. Con evidentes cautelas, sin duda, pero no le veo sentido alguno a pedir que se oculten a todos esas imágenes que han molestado a ciertas almas bellas. Como en todo derecho, el que no quiera participar que retire la vista un instante. Pero sin exigir a los demás coincidencia de criterio en algo que es información pública y que afecta tanto a nuestras vidas, nos guste o no. Lo que existe, debe quedar consignado.

(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

viernes, 18 de agosto de 2017

FUERA DEL ESPACIO-TIEMPO


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Cada verano regreso a los no-lugares de Marc Augé, el pensador francés. Sobre todo en agosto, el único mes del calendario que no existe más que como magma incoherente de instantes que nos mecen en el Limbo y cuya única finalidad sustancial consiste en desembarcarnos encima de septiembre. Agosto no existe, es un cúmulo de jornadas espectrales donde brotan y se refuerzan los no-lugares, esos espacios de tránsito sin alma ni identidad como son los hoteles, los aeropuertos, las estaciones de servicio o la sede del PSIB. En estos reductos del anonimato y la incertidumbre la vida queda en vilo, supuestamente sublimada por la obligación de lo hedonista pero en realidad disuelta hasta el tuétano. La diversión exigida de los veranos no tiene otro fin que quemar el tiempo, no reconocer que la cronología permanece suspendida, para regresar así a la responsable conciencia temporal y laboral que fija septiembre, el mes del despertar.
Descarrilado de la estable continuidad anual, cada cual se sostiene sobre sí mismo en una movilidad frenética que carece de brújula. Cada átomo del grupo se libera para hacer lo que desee… pero lo que hace realmente es sumarse a las dinámicas más tribales. El fuego de agosto disuelve todas las coordenadas, incluso multiplicando no-lugares, como aquel infinito deambular de atasco en atasco o de camino en camino que según algunos conduce a playas redentoras. A esta deslocalización basada en la provisionalidad el verano tórrido añade desconciertos y en ocasiones un horror superior. Y es que los atascos son una variable no contemplada por Augé, que yo sepa, en la lista de no-lugares, porque en esos casos uno se convierte en cautivo del asfalto, secuestrado por la contingencia del momento. Atados al propio automóvil, apenas avanzamos, pero no quedamos tan detenidos como para salir un rato a estirar las piernas y departir con los compañeros de reclusión. Esta permanencia exagerada en los no-lugares se ahonda en los retrasos que padecen los aeropuertos fruto de la masificación o de las huelgas, como la de Barcelona estos días. El consuelo del momento inusual se convierte en tortuosa convivencia en lo indiferenciado, en amenaza de arraigo en el desarraigo. Salvo en esa película de Spielberg, se acaba saliendo del trance, pero con el rostro desencajado del que ha escrutado los abisales ojos de la Nada.
Pero no nos engañemos: la diferencia entre lugares fetén y no-lugares es sólo fenoménica. Como decía Heidegger sobre el nihilismo impropio y el propio, todo es nihilismo, sólo que en un caso se es consciente de ello y en el otro se vive en la ingenuidad de la pureza. Todo son no-lugares, especialmente aquellos andurriales alienantes que algunos consideran hiperauténticos.

lunes, 14 de agosto de 2017

SOKOLOV EN LA GRANJA


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Tampoco en agosto somos capaces de dejar la trinchera en barbecho. Desde las hamacas o en pleno chapuzón tenemos la portentosa habilidad de seguir aportando nuestro granito de arena al guerracivilismo ambiental. Aunque cabe reconocer que se trata de una marcialidad que se inocula básicamente desde los medios y las redes, siendo la realidad callejera más reflejo que causa, porque Arran es exactamente el equivalente a Hazte Oír en el otro extremo: su grado de representatividad es mínimo (Arsuaga sólo reunió en Palma a 15 fieles), pero su capacidad de exposición es mayúscula. Habría que comenzar a pensar si este espíritu de trinchera que en redes y medios promueve una polarización extrema de la sociedad acontece por mala fe (demonizar al rival ideológico exhibiendo a falaciosos hombres de paja para fingir que toda la derecha es de Hazte Oír o que todos los críticos con los efectos del turismo son unos hooligans como la chavalada de Arran) o por automatismo incompetente (regalar portadas al que más berrea).
Sin embargo, aún quedan algunos antídotos contra esta jibarización de lo real, esta reducción a estériles dualidades maniqueas: la sutileza, el talento, la delicadeza de Grigory Sokolov, el mejor pianista desde Sviatoslav Richter. Un monje benedictino que parece vivir consagrado a masajear el piano, nada más y nada menos, y que el pasado jueves visitó nuestra granja psicótica para regalarnos una estela de deleites inagotables. Pero entonces su parusía topó con nuestro modus operandi: Sokolov y Maisky (acompañado del pianista Volodin, en Bellver) en la misma ciudad, la misma noche y hora. Y Auserón en Porreres. O todo o nada.
Ni ante un inmenso Sokolov desgranando las notas del Valhalla pudo uno olvidarse de la misantropía. Si ya el concierto se retrasó un cuarto de hora, responsabilidad principal de los asistentes más autóctonos, luego el comportamiento de los presentes no siguió el cacareado patrón de virtud indígena y barbarie foránea, bien al contrario: los guiris presentes en general respetaban bastante las formas, no así muchos rústicos con DNI. Si algunos aplaudían como boixos nois para que empezara ya el concierto, otros jugueteaban con un móvil que se les caía aparatosamente, toses fuera de lugar, ruido de bolsas. Como para muchos de ellos lo primordial esa noche era no perderse la cena, docenas de bípedos desfilaron a las 23 horas cuando acabó el repertorio oficial de Mozart y Beethoven, otros abandonaron la sala al segundo o tercer bis (fueron seis los obsequios del petersburgués), y demasiados de los que se quedaron hasta el final lamentaban con bufidos que ese genio se empecinara en seguir regalando prodigios, gruñendo compungidos desde sus asientos: “Una altra més? Buff, avui no soparem, al·lots!”.

viernes, 11 de agosto de 2017

SERENDIPIAS AZTECAS


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Si Colón descubrió América buscando las Indias, ahora construyendo un museo del chocolate en Ciudad de México hemos dado con la gran torre de cráneos de Tenochtitlán, la mítica Gran Tzompantli del Templo Mayor, escenario truculento por antonomasia que muchos deseaban resguardar sólo en la perversa imaginación autojustificatoria de los conquistadores. Pero el descubrimiento es decisivo por lo que tiene de validación de los cuestionados testimonios de Bernardino de Sahagún, Andrés de Tapia, López de Gómara, Díaz del Castillo, José de Acosta o el mismo Hernán Cortés.
El Gran Tzompantli era una empalizada de 60 metros de diámetro hecha de postes y varas de madera con base de cal y piedra, aliñada con una plétora de cabezas empaladas recién cortadas, en la que Tapia dio cuenta de decenas de miles de cráneos con una exactitud ahora certificada. Las torres de cráneos (unas siete) tenían la finalidad, además de lo puramente ritual, de intimidar a los enemigos que se atrevieran a acercarse al núcleo del imperio. Muchos investigadores han tratado de salvar de alguna manera la cara a los aztecas asegurando que esos miles de cráneos hallados pertenecerían en exclusiva a guerreros, pero ahora sabemos que un 30 % proceden de mujeres y niños.
El mito del “buen salvaje” hizo estragos incluso en Montaigne, que transfiguró a los caníbales tupinamba en ingenuos boy scouts, y el partido contra la “leyenda negra” española ha ido viento en popa. Sin que nos demos cuenta, sigue vivo el etnocentrismo en Occidente, aunque en su forma más compleja: manteniendo la diferencia esencialista entre nosotros y ellos, simplemente se ha desplazado el peso de la culpabilidad de los precolombinos a los europeos. El error permanece porque la ideología nunca es universalista sino parcial, ya sea para presentarnos como los más sublimes o como los más perversos.
El filósofo franco-búlgaro Tzvetan Todorov, recientemente fallecido, escribió un libro fascinante, La conquista de América. El problema del otro (1982), sobre la odisea histórica del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo. Analizó ahí los pormenores del enfrentamiento con el otro, un choque abismal de culturas, “el encuentro más asombroso de nuestra historia”. Partiendo del principio de que se descubrió un continente que ni se sabía que existía, no se contaba con información de lo que iban a encontrarse los españoles, así que la sorpresa fue absoluta. También por parte de los conquistados, claro. Aunque caiga en cierto buenismo indigenista, Todorov analiza con brillantez la semiótica pura del contacto, los signos del acercamiento de uno y otro, y los dilemas éticos que esa coexistencia implicó. La alteridad humana a la vez se muestra pero también se niega en un proceso dificultoso que va advirtiendo sus múltiples gradaciones.

lunes, 7 de agosto de 2017

EL SÍNDROME DE ORMUZ


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

La historia la narró José Antonio Lisbona en su interesantísimo España-Israel. Historia de unas relaciones secretas. Corría enero de 1980, y Adolfo Suárez confiaba haber descubierto nada menos que la piedra filosofal, “el nudo gordiano del problema del equilibrio político mundial”. Primero fascinó al canciller Helmut Schmidt, que tras el shock le preparó una reunión con el presidente Jimmy Carter en la Casa Blanca. Los americanos estaban alucinados: ¿Será posible que ese hombrecillo, presidente de un país tan subdesarrollado como era España hace 37 años, haya descubierto lo que al resto se nos lleva escapando durante décadas?
El encuentro se produjo en pocos días, con Brzezinski, el asesor de seguridad de Carter fallecido el pasado mayo, escuchando con suma atención. Al final, claro, la tesis de Suárez, inspirado por Alberto Aza y sobre todo por Pedro López Aguirrebengoa, era una absoluta nimiedad: además de exigir un mayor reconocimiento para Arafat y la OLP (recordemos la tradicional amistad franquista con los países árabes por la que no reconocimos a Israel hasta 1986), contaba con que desbloqueando el “cuello de botella” del estrecho de Ormuz para la salida del petróleo el problema Palestino se iría diluyendo, ergo la estabilidad mundial mejoraría.
El presidente Suárez, capaz de dar nombre no ya a una sino a ¡dos bibliotecas! (Ceuta y Cádiz) cuando reconocía no haber leído un libro entero en su vida, además de confundir a Australia con el Tercer Mundo, certificó con este episodio el llamado ‘síndrome de Ormuz’, o de cómo desde la ignorancia más alocadamente fatua uno cree haber dado con una clave universal oculta al resto. El tan castizo ‘esto lo arreglo yo en un momento’ por el que Enric González afirmó en este periódico que “somos un pueblo que pasa página antes de leerla, y luego se inventa el texto”.
Si de un ámbito se ha adueñado este síndrome de solemnidades bobas es de las redes sociales. Ejemplos hay tantos como neutrinos existen en el universo. El problema es que todo esto no permanece reducido a las cloacas de Twitter y Facebook, sino que ha alcanzado a las altas instancias políticas, repletas de iluminados inoperantes que se parecen más bien a Mr Chance, y también al Nazarín de Buñuel que destrozaba todo lo que tocaba. Elijan ustedes la alhaja ormucista que prefieran: la “ley Frankenstein” de Biel Barceló; las ocurrencias de Miquel Ensenyat como recuperar la gestión de la ITV o un túnel de Sóller que en tres semanas propiciará un colapso tan descomunal que ríanse ustedes del agobio en las playas o los atascos del FAN Mallorca; la histeria del panga y de las antenas de telefonía; la renuncia a las vacunas, etc.

viernes, 4 de agosto de 2017

TODO VALE, NADA IMPORTA


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Recordaba Kafka, citando el Talmud, que el hombre, como las aceitunas, da lo mejor de sí mismo sólo cuando es triturado. Dada nuestra condición sentimental, los hechos se miden a partir del drama que les rodea. Si uno está en sus últimos días de vida, cada detalle se convierte en un hallazgo apabullante. Yo aún no me he muerto, aunque estuve muy a punto de hacerlo hace 17 años, y sé de qué hablo. Pero la ligereza de vivir en una burbuja anodina hace que seamos cautivos de la emotividad cruda y la propaganda, no sólo la comercial sino también la política.
Como dice Philip Roth, comparando el Occidente democrático con la Checoslovaquia comunista en los años 80, para nosotros todo vale pero nada importa. Al contrario que para esos checos sometidos a un sistema en el que nada valía pero todo cobraba una importancia dramática: cada acto era decisivo. Por eso, cuando ya nada parece importar en nuestras burbujas vitales, sumidas en un aturdimiento que inocula antagonismos, nos las arreglamos para ponerlo todo frívolamente boca abajo y patrocinar una Tercera Guerra Mundial. Nos excita más un incendio que una orgía. Desde hace un siglo vivimos abonados a la hipótesis apocalíptica, a la jeremiada de acercarnos a un inminente desastre, un colapso definitivo, una degeneración terminal. Habrá que pensar algún día que, más que intuirlo, lo deseamos con locura, como ninguna otra cosa codicia nuestro aburrimiento anémico. Pero, como señalaba Saul Bellow, la verdad no tiene por qué ser necesariamente hostil al hombre. Alguna incluso podría ponerse de parte de la vida, como sucede desde hace millones de años.
Incapaces de imprimir intensidad a lo cotidiano, requerimos de escenarios grandilocuentes y virulentos para volver a sentirnos vivos. Parafraseando a Alvy Singer, se trataría de escapar a lo miserable consagrándonos a lo horrible, o de caer en la catástrofe huyendo de la tragedia de la incertidumbre y el desarraigo. De ahí viene todo, como decía Pascal: no saber estar tranquilos y en soledad en una habitación (¡sin wifi!). La creencia impetuosa debe venir de fuera porque por uno mismo ni nos levantaríamos de la cama. Frivolizamos a la par que sobreactuamos bajo el peso de una emotividad que, al perder el sentido de lo real, tiende a la bipolaridad y al cisma gratuito, como si quisiéramos vivir en la Praga de la que hablaba Roth, con el superficial cambio de ideología correspondiente. Y digo superficial porque lo esencial no tiene que ver con el credo que permite legitimar el cimiento dogmático. Al margen de las ideas, persistiría idéntica exclusión de la diferencia, la verdad entendida como certeza, la tendencia a la unanimidad. Un deseo de cadenas.
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