viernes, 4 de agosto de 2017

TODO VALE, NADA IMPORTA


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Recordaba Kafka, citando el Talmud, que el hombre, como las aceitunas, da lo mejor de sí mismo sólo cuando es triturado. Dada nuestra condición sentimental, los hechos se miden a partir del drama que les rodea. Si uno está en sus últimos días de vida, cada detalle se convierte en un hallazgo apabullante. Yo aún no me he muerto, aunque estuve muy a punto de hacerlo hace 17 años, y sé de qué hablo. Pero la ligereza de vivir en una burbuja anodina hace que seamos cautivos de la emotividad cruda y la propaganda, no sólo la comercial sino también la política.
Como dice Philip Roth, comparando el Occidente democrático con la Checoslovaquia comunista en los años 80, para nosotros todo vale pero nada importa. Al contrario que para esos checos sometidos a un sistema en el que nada valía pero todo cobraba una importancia dramática: cada acto era decisivo. Por eso, cuando ya nada parece importar en nuestras burbujas vitales, sumidas en un aturdimiento que inocula antagonismos, nos las arreglamos para ponerlo todo frívolamente boca abajo y patrocinar una Tercera Guerra Mundial. Nos excita más un incendio que una orgía. Desde hace un siglo vivimos abonados a la hipótesis apocalíptica, a la jeremiada de acercarnos a un inminente desastre, un colapso definitivo, una degeneración terminal. Habrá que pensar algún día que, más que intuirlo, lo deseamos con locura, como ninguna otra cosa codicia nuestro aburrimiento anémico. Pero, como señalaba Saul Bellow, la verdad no tiene por qué ser necesariamente hostil al hombre. Alguna incluso podría ponerse de parte de la vida, como sucede desde hace millones de años.
Incapaces de imprimir intensidad a lo cotidiano, requerimos de escenarios grandilocuentes y virulentos para volver a sentirnos vivos. Parafraseando a Alvy Singer, se trataría de escapar a lo miserable consagrándonos a lo horrible, o de caer en la catástrofe huyendo de la tragedia de la incertidumbre y el desarraigo. De ahí viene todo, como decía Pascal: no saber estar tranquilos y en soledad en una habitación (¡sin wifi!). La creencia impetuosa debe venir de fuera porque por uno mismo ni nos levantaríamos de la cama. Frivolizamos a la par que sobreactuamos bajo el peso de una emotividad que, al perder el sentido de lo real, tiende a la bipolaridad y al cisma gratuito, como si quisiéramos vivir en la Praga de la que hablaba Roth, con el superficial cambio de ideología correspondiente. Y digo superficial porque lo esencial no tiene que ver con el credo que permite legitimar el cimiento dogmático. Al margen de las ideas, persistiría idéntica exclusión de la diferencia, la verdad entendida como certeza, la tendencia a la unanimidad. Un deseo de cadenas.

No hay comentarios:

Related Posts with Thumbnails