sábado, 30 de septiembre de 2017

LA VIDA EN LA SOMBRA


  (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Cuando llega el otoño, me paso las tardes en la terraza del Panorámica, un bar escasamente conocido, a pesar de contar con varias décadas de vida, que está en Bellavista y tiene, como indica el nombre del lugar, la mejor perspectiva posible de la bahía de Palma. Ahí aflora lo que cohibe la áspera cotidianidad. “Todo lo interesante ocurre en la sombra”, escribió Céline. Llevo un tiempo con dos sueños que se reiteran: uno muy concreto y el otro más intuitivo y difuso. En el primer caso, veo precisamente desde la elevación apolínea del Panorámica la bahía palmesana vaciada de agua, con el fondo seco, aunque a veces se manifiesta todavía mojado y fangoso. Una visión convulsa en su belleza furiosa y también en su fisura de toda lógica. Me fascinan esas estampas de la desolación, como aquella imagen veneciana que deleitaba al pintor Riera Ferrari, fallecido hace unos meses: un cementerio de barcos que se pudren en una dársena.
En el otro sueño, y de alguna manera insuflado por una de las películas que mayor impacto me han causado, Érase una vez en América de Sergio Leone, brota la alienante sensación de que fallecí en el accidente de moto de julio del año 2000 que he relatado en estas páginas y que me seccionó la femoral; fue un milagro que una ambulancia que pasaba por el Mercapalma me cogiera a tiempo. Ahí presiento que los 17 años que han venido después no son más que una proyección onírica: el breve momento del estertor comprimiendo más de 6000 días como si fuera el núcleo de un agujero negro.
Releyendo textos de Heidegger sobre el nihilismo, tomando unas hierbas dulces y fumando un habano pasan mis tardes en el Panorámica a la espera del crepúsculo, ese final de la luz y del tiempo que siempre insinúa ser el último (¿mi segundo sueño?). A pesar del fabuloso avance científico, a veces parece que el emancipador paso del mito al logos definido por Wilhelm Nestle, refiriéndose a la Grecia clásica, no se acaba de producir en nuestras mentes. El sistema progresa, pero el hombre diría que menos. Nos acosan fantasmas primigenios que se han hecho fuertes en un punto ciego de nuestro ser; no podemos alcanzar esos rincones, lo que imposibilita su completa fumigación, pero sí podemos acotarlos con disciplina y desde luego sin ingenuidades que podían entenderse hace siglos, incluso hace décadas, pero que ahora ya no nos podemos permitir. La dicotomía entre tragedia y catástrofe; no entrenarse en la incertidumbre y el desarraigo nos conduce a lo peor. Como decía Dante en la Divina Comedia, “no hay remedio para tu fractura, tu herida es incurable”.

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